Cada cuarenta segundos un hermano, una hermana en la ancha Tierra decide no embriagarse de ninguna flor, no beber el sol al alba. Decide ausentarse de este escenario físico, privarnos de su presencia. Nuestro «interser» sin color ni límites se ve afectado. Una mirada se vacía, un canto cede, un aliento se agota. Cada cuarenta segundos echamos a alguien en falta, un compañero se encamina en solitario, cabizbajo, al abismo.
Desconoce que la nada nunca es Norte, pero no confía a nadie la dirección de sus pasos, ni siquiera levanta la voz y pide auxilio. Se resiente nuestra hermandad universal, se duelen nuestras anchas constelaciones. No podemos sellar todos los abismos, pero sí encender una esperanza que llegue hasta el propio “Valle del olvido”.
Cada cuarenta movimientos del segundero una persona acaba con su vida física en el mundo. Hemos escrito este libro para contribuir a detener esa inconsciente manecilla. Había información suficiente para pararla en seco, para que jamás reanudara su fatal andadura. Había sobrado argumento para que nadie, en ninguna latitud, bajo ninguna circunstancia, se dé a la fuga, termine con su aliento.
Quienes nos hemos podido acercar a toda esa información, quienes hemos podido asomarnos a la ventana del triste Umbral, teníamos la obligación de compartir. Quienes hemos remontado, siquiera a base de lecturas, el collado del «Valle del olvido», teníamos obligación de correr a frenar las estadísticas, a propinar abrazos a la vera de los abismos de la Tierra. ¡Ojalá nos pudiéramos personar en todos los precipicios!…
* Extracto del libro «Luz en el suicidio». K. A. Próxima aparición en Ediciones Isthar Luna Sol.