EL RELEVO DE LOS GIGANTES

Su momento fue tras la II Guerra Mundial, pues sólo después de tamaña devastación de alcance casi planetario un nuevo humano podía volver a nacer y hacerlo con una orientación y horizonte definitivamente nuevos. Con nuestro limitado conocimiento y aún con riesgo de grave olvido, observamos  en Thích Nhất Hạnh, Omraam Mikhaël Aïvanhov y Lanza de Vasto los grandes, modernos  y cercanos Gigantes espirituales. Por lo menos los que correspondían a nuestra geografía, a nuestro contexto cultural. 

Francia volvía a señalar Norte indiscutible en nuestra era contemporánea. Allende nuestro entorno habría sin duda otros discípulos avanzados, Grandes Almas, Gigantes que señalaron y allanaron camino, pues la Jerarquía espiritual no deja ninguna porción de humanidad a la deriva. Señalamos a quienes por su palabra, pero también por su obra y testimonio, por su legado y ejemplo de construcción de comunidad fueron Grandes entre los Grandes. 

Su partida marcaría definitivamente nuestra mayoría de edad. La “sangha”, el grupo cobraría a partir de entonces  todo el protagonismo. Por si  hubiera todavía alguna duda, Thích Nhất Hạnh lo expresó con soberana claridad: “El próximo Buda no tomará la forma de una persona. El próximo Buda tomará más bien la forma de una comunidad, una comunidad que practica la comprensión y la amabilidad amorosa, una comunidad que practica una forma de vivir consciente. Esto puede ser la cosa más importante para la supervivencia de la tierra.”

Cada uno a su manera, en base a su signo, rayo y destino,  sentaron las bases del nuevo humano y de la nueva humanidad, nos proporcionaron las claves de los nuevos tiempos.  Nos invitaron a rehacernos y después caminar despacio y con conciencia. Nos facilitaron para ello las herramientas pertinentes. Nos sugirieron la importancia de saludar juntos al sol, de comer en silencio, de orar, cantar, danzar juntos y juntas. Insistieron en la necesidad de crear “shanga”, comunidad, movimiento unido… y después, una vez completadas sus enseñanzas, cumplida su excelsa misión, se retiraron.  

Los Gigantes pasaron físicamente  a otro plano y nos emplazaron a seguir la Obra, a dar continuidad al Plan de creciente comunión humana.  De alguna forma nos vinieron a decir: «Ahora os toca apañaros solos en la tierra. Ahora es la hora en la que habréis de cobrar plena autonomía. No obstante, el Cielo (la Jerarquía) os seguirá siempre acompañando desde el mundo oculto, facilitando las claves e información  necesaria…». Nos invitaron a levantar las futuras comunidades sin la necesidad de su física e inmediata tutela. Cumplida su misión, aguardan a que nosotros podamos cumplir la nuestra. 

Nos proporcionaron las pautas de la vida comunitaria, volcaron en ella su confianza, ahora nos toca a nosotros y nosotras colocarnos a la altura. No en balde está llegando toda la ciencia de la facilitación. Nos están alcanzando las claves para la gestión de los grupos, para la conducción de las reuniones y asambleas, para la resolución de los conflictos… Estas claves nos son obsequiadas al conjunto humano para ganar en autonomía, en emancipación e ir prescindiendo paulatinamente de la tutela.  

La tutela tuvo su razón de ser, pero ese argumento está ya cediendo en la medida en que vamos adquiriendo una madurez personal, un empoderamiento también colectivo. El tiempo de los Gigantes está siendo trascendido, porque ahora prima relevo, es la hora en que sus hijos e hijas han de tomar por fin las riendas de su destino. Ha llegado el tiempo, no del «totum revolutum», sino de la autogestión con conciencia, de la horizontalidad cordial, de los trabajos en círculos y en redes cada vez más elevados. Las nuevas tecnologías vienen igualmente a sumar a esta hora. Ahora es también la hora en que la mujer ha de cobrar el protagonismo que hasta el presente se le ha negado.  

Acaba de marchar físicamente el último de los Gigantes. El entrañable maestro vietnamita nos ha dejado un sentimiento de orfandad, pero al mismo tiempo ha reanimado nuestra voluntad, emplazado a nuestro coraje. No nos debiera quedar duda de que ahora es nuestro humilde turno, de que ahora es nuestra hora, la de levantar comunidad fraterna y alternativa, diferente al presente estado de las cosas. Vamos, con la ayuda del Cielo,  tras la comunidad responsable, comprometida, enraizada en la tierra, pero al mismo tiempo espiritual, es decir con clara noción de sacralidad de cuanto somos y nos rodea, de nítida vocación de trascendencia y eternidad. 

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