Felizmente el tiempo de las crudas confrontaciones está expirando. No es hora ya de ningún Frente, ni tan siquiera con mayúsculas, ni tan siquiera si es popular. No idealizaremos aquel Febrero del 36. Rezumaba todavía mucha inquina. La gasolina se regalaba y regaba en aquel invierno imposibilitado de templar el futuro. Poco faltaba para que se oscureciera el cielo y el humo despuntara del campanario de tantas iglesias. Sin embargo, desde entonces no había alcanzado el poder ninguna otra alianza de las fuerzas progresistas. Éstas serían sencillamente las que apuestan porque la historia avance, porque no se duerma en los marchitos laureles de la imposición, la injusticia y el abuso.
Esta historia sería insistente, tozuda, rítmica. Cada cierto tiempo volvería, nos presentaría un escenario semejante para recordarnos que lo podemos hacer mejor. Entonces, en aquella tan fallida como querida revolución nuestra, tan cargada de ignorancia, precipitación e imprudencia, apenas había fuerzas capaces de equilibrar unos extremos que se crecían. Pero quizás la sonada y fracasada intentona no lo fue ni en balde, ni para siempre. ¿Y si volviéramos nosotros también con la historia, con diferentes rostros, con una ignorancia más sanada, con diferentes roles para afirmarnos en que seremos capaces de superar los errores de otrora?
Ochenta y cuatro años después podemos encontrar algún paralelismo, sobre todo en lo que se refiere a una gran esperanza compartida que entra en juego. Ahora sabemos que deberemos arriar las banderas rojas, los símbolos que incitan a la confrontación entre humanos hermanos. Estamos a las puertas del mejor gobierno posible y eso debiera ser motivo de satisfacción para todas las gentes y formaciones que abogan por el desarrollo de valores como el diálogo entre los diferentes, la justicia social y la sostenibilidad.
No idealizaremos el gobierno progresista que, pese a las mil y un dificultades y zancadillas, se gesta y que felizmente cada vez está más cercano de hacerse realidad. Hay un claro desafío de armonización entre los diferentes. Falta tradición de mutua cooperación, adolecemos sobre todo de una cultura de renuncia, de sacrificio en aras del progreso de lo colectivo. Sin embargo, hoy los cielos están más despejados, no huele a sacristía quemada y la confrontación no es tan severa. Hoy, en el arranque de este auspicioso 2020, puede ser definitivamente diferente.
Estamos sin duda ante el mejor gobierno que puede dar de sí la España de nuestros días. Representa lo más que puede alcanzar el conjunto de la ciudadanía en cuanto a solidaridad, respeto de las libertades, superación de la crisis catalana y compromiso con la Tierra. Que las fuerzas de la reacción lo bombardeen con verbal artillería pesada entra dentro de la lógica de perenne y dura pugna a la que nos tienen acostumbrados. Lo que se sale de toda lógica es el “fuego amigo” que viene de la Generalitat y del radicalismo catalán.
Nunca sean en balde las lecciones que ya nos mostró el pasado. Nunca cuanto peor será mejor y el Govern lo debería tener presente. El «president» fabrica diana y podría ahorrar calibre, siquiera ligero. Ningún otro gobierno posible ahora en España permitirá avanzar tanto en lo que se refiere a libertad de los presos políticos, progreso de la autonomía catalana y diálogo entre los gobiernos.
Ojalá retorne lo mejor de aquellos momentos convulsos, de aquel invierno rebelde que suspiró por su merecido verano. Reaparezcan en nuestro escenario político los que sumaron y sacrificaron recelos, los que apostaron por el mejor humano, por el mejor gobierno entonces también posible. Ojalá regresen dispuestos a reescribir la historia que la feroz reacción paralizó con brutalidad. Aterricen de nuevo los que, con fondo de crueles cañones, nos hablaron de “Paz, piedad y perdón”. Vuelvan siquiera con otra faz los Azaña, los Irujo, los Aguirre, los Companys… de entonces. Ojalá vuelvan de su exilio de una España castigada, de una vida tan exigente, los que debieron huir, los que la intolerancia espantó, los líderes, hoy más que nunca necesarios, de un progreso inteligente, medido, moderado, siempre integrador.