Caminaba sola, pues ya debía de saber que no existe otra forma seria de ganarse jubileos. Una alegría casi irreverente denunciaba su largo noviazgo con el Silencio. No corría tras albergues, seguía fiel al fulgor de las estrellas. No conocía el miedo, pues ni por un instante dejó de sentirse acompañada. Valiente sin escapulario, sin bastón de punta, ni protección de este mundo; audaz sin siquiera saberlo.
Apenas cruzamos unas palabras; apenas sé de su historia, de sus sudores bendecidos, de sus senderos cuesta arriba…; apenas lo que leí en su cara joven, lo que escruté en sus ojos ya maduros. Tan sólo puedo reportar su mirada instalada en íntimo gozo, su forma de cojear con dolor despreciado, su timbre regocijado al demandar por las flechas amarillas. Al final de nuestro breve encuentro algo me habló de África, de pizarras sin techos y niños apiñados en la sombra de una sábana hambrienta, algo me compartió de hábitos colgados en el perchero de una frondosa etapa… Escribo para recrearla, para ponerla a caminar de nuevo sobre las veredas de mi mente, para callarle las flechas amarillas allá dónde se encuentre, para que Vds. sepan también que los santos descerrajaron ya los relicarios.
¿Cuántas veces se habrá despistado de la Ruta, cuántas veces habrá abandonado el Camino? El brillo en las pupilas testimoniaba esa suerte de incurable y casi permanente ausencia, esa muda victoria de quienes han derrotado el mundo, ese íntimo logro de a quienes ya nada turba. A poco me presto de lazarillo. Callé pues enseguida me percaté que necesitaba perderse una y mil veces, una y mil veces preguntar por el Camino, una y mil veces enamorar con su inocencia, con su pureza. A poco me marco el sermón sobre el románico estellés, pero enseguida reparé en una mirada que perforaba el tiempo y sus piedras. A poco le cojo la mochila, pero me di cuenta que apenas le quedaba nada por conquistar el Cielo. A poco le invito a unos “pintxos”, pero adiviné a tiempo su dieta de luz, aire y fruta del momento.
¿Quién osaría atrapar al viento? Bastaba el instante, la copia de seguridad de sus pupilas celestiales en mi disco duro. Así que la deje partir, empedrado arriba, sin más detención que una sonrisa de reconocimiento y aprecio, sin lazo de teléfono, ni e-mail, sin pesada galantería para quien demandaba todo su espacio abierto… ¿Qué sol azota ahora la frente de la peregrina, qué polvos levantan unas suelas en constante ensayo de vuelo, qué fuentes se empeñan en calmar su sed de otro Agua?
Si tropiezan con la santa andante, no le retornen a las flechas amarillas. Ella abraza una fe nueva, avanza por el Camino de todos aquellos que se han salido de los caminos. ¿Senda de amor puro? Sus pasos no deben andar lejos de ese siempre lejano Finisterre… Sigamos su cojera cantarina con respetuosa distancia, burlando todas las flechas, entre hitos de estrellas, rumbo de infinitos.
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