Ordeno junto al mar todo lo vivido tierra adentro a lo largo de cuatro intensos días. Recupero los apuntes y trato de extraer todo su jugo en forma de enseñanza. Les doy forma para poderlos compartir, pues la buena nueva de las gentes que se han iniciado en una vida diferente, más amable y solidaria, ha de ir cobrando cada vez más espacio en nuestros medios.
Es preferible omitir los lugares que visitamos, sobre todo el nombre de las personas, los protagonistas de estas breves e improvisadas notas. Cada quien ha de dar sus palos de ciego camino de la siempre serpeante aurora. El “Face”no puede revelar la ubicación de las casas de arcilla que se esconden a propósito en el bosque, acabar con la magia camuflada en el verde follaje. Cada quien ha de seguir la propia madeja de colores en la senda de la transformación tanto íntima, como global; hallar sus itinerarios de polen y musgo, sus puertas claves de bien pulida madera.
Sin embargo, podremos y seguramente deberemos compartir que venimos tocados de esa Asturias profunda y alternativa de la que tanto hemos disfrutado. A la vuelta de esos montes y valles que aún tanto guardan de su condición original, podremos con gusto confirmar sin riesgo a equivocarnos que el nuevo mundo, la nueva economía, la nueva forma de relacionarse con la Tierra, entre las personas está ya en marcha, por más que nada de ello se refleje en los titulares de los medios oficiales.
Empezaré por esa plaza de fiesta y frío casi invernal, colmada de artesanos, vendedores, músicos, artistas… Mencionaré en primer lugar al variopinto y abigarrado mercado que reúne a la gente alternativa de la zona el segundo domingo de cada mes. “Mucha de la gente que ves, nos decía nuestro acompañante, vive en tipis, yurtas y cuadras muy precariamente habilitadas…” y sin embargo los rostros contentos departían por doquier. No hubo ocasión para probar la paella gigante, para fijarse en los artículos y artesanías a la venta en la multitud de tenderetes. Había que llevarse la información más sustancial y ésa era la de los rostros y la felicidad de emanaban. En realidad, en todo el ambiente reposaba la sensación de estar participando de un crucial y a la vez silente cambio civilizacional. Una charanga de mujeres con su alegre y animada música terminaba de desbordar de alegría la concurrida plaza.
Procurar fruta y asistencia
En un extremo de esta plaza estaba el procurador de los tribunales. Departía con un juez que también ha dejado la jurisprudencia y ahora en vez de interpretar leyes, reúne harina ecológica y amasa un pan que después introduce en un horno de leña. Ya antes habíamos tenido la ocasión de estar con “el procurador”. Le habíamos sorprendido segando feliz la hierba en un prado de altura de gran pendiente. Quien otrora “procuraba” asistencia letrada, ahora provee aguacates, mandarinas y kiwis siempre y cuando en invierno la temperatura no baje de cero. Quien abajo frecuentara el Palacio de la Justicia, fue noqueado por el gozo de las alturas. El amigo procura fruta a los amigos, pero en realidad regala también su conocimiento de leyes a cuantos llaman a su puerta en busca de orientación.
A mí también me tocó la paz que él emanaba. Verle segar con tanta dicha y paciencia constituía ya de por sí una imagen capaz de poner en evidencia toda una civilización y sus palacios de mutuas demandas y agravios. Hay una suerte de virtud y ejemplaridad que puede pasar desapercibida por la indumentaria de trabajo, pero no por la voz, ni mirada. Tuvimos la suerte de charlar largo y contagiarnos de su paz. Glosó toda una oda a la guadaña y todo lo que ésta le había regalado en cuanto a paciencia, concentración, conocimiento de la tierra, de la pequeña fauna… Para sobrevivir tuvo que cerrar su despacho y dejar el asfalto. Él me agradecía no sé qué aprendido en algún torpe vídeo de la Red, cuando yo había sido colmado con la inmensa bonhomía que él emanaba. No tiene luz, ni agua de la red en su modesta casa y sin embrago tiene una presencia habitada, luminosa. En su rostro está grabada aún la huella del tránsito desde el valle a la cima, de la enfermedad a la salud, del sinsentido al nuevo y sugerente paradigma.
Los rostros de la Aurora
Cerca de él vive otro personaje singular en una gran yurta que llamaremos “el escocés”. Trabajó tiempo en Escocia, haciendo dinero para comprar su actual finca de difícil acceso. El “procurador” le proporciona fruta de sus frutales y él tomates en verano y grandes botes de encurtidos en invierno. Se ayudan mutuamente. En los días que hemos pasado por esas alturas, hemos sido testigo de intercambios en los que no mediaban euros sino abrazos.
El escocés está devolviendo la vida a una ruina de piedra y cultivando una gran huerta. Cuando le sobra mucha verdura hace intercambio y cuando necesita comprar ladrillos y masa arregla por los alrededores alguna tubería. Encarna toda la fuerza de la juventud en un entorno donde abundan las canas entre los alternativos, pero sobre todo encarna la fuerza del ideal. Aún con la precariedad de esa vida sin mayor confort, no hay nada que le saque de su empeño.
En realidad, quisiera que ninguno de los rostros se me apagara. Arranco la semana luchando contra el tiempo y su manía de borrar los rostros cuyo recuerdo puede tornar imprescindible. Recuerdo por ejemplo también el informático de software libre y su gigante pantalla en medio de la vegetación exhuberante. Comparte habitáculo con sus niños y sus pequeños muebles de madera y sus colores desparramados y sus dibujos que empiezan a plasmar un futuro más soleado que aquél que los adultos aún tapamos con demasiada niebla.
Ahí estaba también la madre que anda a caballo entre la urbe y la Asturias profunda, que corre detrás de los raudos trenes que le llevan a la gran ciudad porque no quiere abandonar ese otro tren que va mucho más despacio, más respetuoso y que se dirige hacia el otro mundo posible. Ella madrugará lo impensable pero sus hijos crecerán junto a una Madre Naturaleza que les llenará de salud y de vida. No quisiera tampoco olvidar al holandés cojo que después de cuidar los mares con la bandera de Greenpeace, ahora cuida de un bosque cargado de magia y de árboles de los más diferentes orígenes.
He de mentar también por supuesto a quien nos posibilitó tan grata experiencia, quien nos subió por las cuestas imposibles sin derrape alguno, quien se desvivió porque cobráramos una vista lo más alta y panorámica posible de esa tan callada como significativa aurora asturiana. A nuestro querido amigo, honrando la profesión de la que pronto se jubilará, le llamaremos el “ingeniero”. Son ya los últimos días que pedalea hasta su oficina en la administración pública de Oviedo. A la mañana traza carreteras por las que ruedan raudos los coches y a la tarde cuida de un bosque comestible al que cada día se acercan más pájaros. Él y su compañera del alma nos abrieron, no sólo las puertas de su hogar, sino también nos acompañaron hasta la cocina y el fuego de sus más caros amigos. Ella también nos preparaba la comida a la vuelta de esas excursiones inolvidables. Da clases de yoga y siembra una renovada teosofía por esas cuencas de rudos mineros.
Nuevos valles aguardan
Por último, bajamos a Gijón y estuvimos en otro centro de yoga con buenos amigos que igualmente quieren dar el salto, que están buscando la finca ideal para comenzar a levantar sus sueños. Los terrenos cada vez son más caros. Un mundo globalizado coloca al lejano adinerado a la puerta de tu casa, pero la tierra es muy grande y la Vida dispondrá de seguro de un lugar para todos.
“Este valle ya está al completo” decía un nórdico pionero entre los pobladores del valle donde se celebra el mercado. “A la gente que llega y me pide orientación, yo invito ya a asentarse en nuevos valles…” Tengo la sensación de que poco a poco llegaremos a todos los valles. En realidad, ya envainamos hace tiempo nuestras erradas espadas. Nadie va a “conquistar” ningún valle. Es la ternura, el respeto sagrado de la Tierra y los animales, la amabilidad, la esperanza, la sonrisa… lo que poco a poco se va ir haciendo con todos los valles, no sólo de Asturias, sino de España, de Europa… En realidad, para cuando nos demos cuenta ya estará tomado el mundo entero. No habrá plazas para albergar mercados tan llenos de color y de vida.
La importancia de la plaza
Ninguna de las apuestas personales que hemos sucintamente descrito han sido fáciles. A todas ellas les une un común denominador que ha sido el coraje imprescindible para ir cortando amarras con una vida anterior que no les terminaba de satisfacer, con un paradigma a la postre insostenible por materialista y falto de solidaridad.
La dimensión del mundo inquieto y alternativo que disfruté en Asturias no la he conocido aún en la geografía más familiar del País Vasco y Navarra, pero todo acabará llegando. Vivo al borde de un bosque, pero siento la necesidad de adentrarme más en él o lo que es lo mismo buscar más profundo en mi propio interior, pero cuando llegue el segundo domingo de cada mes querremos arramblar con lo que encontremos y bajar al mercado.
No sabemos aún lo qué llevaremos, si coles rizadas, empanadilla de verduras, jabones de lavanda o poesía igualmente perfumada. Poco importa lo que acarree cada quien. Lo que importa es que los colores y los olores, sobre todo las miradas e ideales se reúnan. Lo que sí estoy convencido es de que esa plaza redonda, ancha y concurrida es imprescindible; ese espacio donde los buscadores comparten y vislumbran sueños cada vez más altos y lejanos se torna cada vez más necesario. Tenemos que citarnos, vernos las caras y constatar que aquel mundo posible está sorprendentemente haciéndose realidad y que nosotros y nosotras, con la ayuda del Cielo, aquí y ahora, poco a poco, con desbordada ilusión lo estamos construyendo.