Tienta el jardín y sus horas quedas, sin prisas, sin urgencias, pero esta vida es tan corta y el mundo es tan ancho, tan diverso, tan apasionante. Tienta el jardín y su sabor de jubilación y su horas sin alarma, ni manecillas, pero aún tantas cosas que hacer en esta apretada vida.
Tienta el jardín más después de leer a Pia Pera y su “Aún no se lo he dicho a mi jardín”, después de gozar la lectura de Teodoro Ceric. El poeta bosnio escribe preciosas glosas al jardín como ésta. “Siempre vale la pena plantar un jardín. No importa que quede poco tiempo, que todo se tambalee y la muerte avance. Siempre vale la pena transformar un rincón de la tierra en un sitio acogedor, en un lugar donde haya más vida”Sin embargo con su apariencia fresca y florida, el jardín tiene también el sabor amargo de la renuncia, por ejemplo renuncia a seguir caminando el mundo, a descubrir nueva gente, a embarcarte en nuevos y apasionantes proyectos colectivos…
Llama el jardín, pero también reclaman las montañas y los desiertos lejanos, de forma que uno se queda en un terreno de nadie, preguntando qué geografía corresponde a esta hora, sobre todo a este cuerpo castigado y sus múltiples achaques. Casi todos mis amigos en el pueblo cultivan su jardín y yo soy siempre el que se encuentra en la puerta los tomates y las acelgas sin ningún esfuerzo. Este pudor bien debiera bastar para no soltar ya más la azada. Pero siempre hay algo más prioritario que cultivar un jardín, siempre hay un libro urgente a escribir cuestionando el tiempo libre, una nueva propuesta de actividad, un viaje pendiente, una nueva causa a abrazar…Tiempo de silencio, de quietud, de silla junto al río, junto al mar.
He decidido hacer un parón recapitulatorio capaz de romper inercias. Me he regalado unos breves días sin trabajar, de lectura, de reflexión, de paz. En realidad quisiera que estos días no se acabaran nunca. Me pregunto si ya definitivamente me ha llegado la hora de adoptar un perro abandonado y cultivar un jardín en tierra baldía. Ahora me toca a mí poner tomates bien maduros y acelgas bien verdes en la puerta de mis amigos. Seguramente sería feliz, no necesito mucho más. A menudo la sensación de que esta encarnación es especial, de que hay muchas cosas que hacer y descubrir, de que el tallo interno tiene tanto por alargar y las propias y escondida flores tanto por perfumar…, me aleja de la paz del suspirado jardín; a menudo el apremio a madurar por dentro, dificulta la siembra fuera.
Siempre hay una tarea que hacer, un Plan que empujar, un Compromiso al que responder…, pero cavar la tierra con conciencia, preparar el terreno para las últimas lechugas de la temporada puede ser servicio. En agarrar la azada con presencia se puede hallar también un escondido altruismo.Somos con todas nuestras contradicciones. ¿Qué soportarán mañana los hombros, la mochila aventurera o la sosegada azada? Ojalá aún por un tiempo las dos cosas a la vez…
* En la imagen la denominada «Playa» de Zudaire, donde ahora escribo estas letras