En breve dará comienzo la ceremonia inaugural. No nos la perderemos. Los tiempos de crisis urgen de esos grandes pebeteros y sus resplandores televisados.
Cuando se enciende la llama olímpica se renueva también una esperanza en nuestros corazones. A falta de otro Fuego que queme una cera más íntima, más bañada en el alma, bienvenida sea la llama que prende un deporte que se postula noble, limpio y solidario.
En esta ocasión el Silencio nos puede unir más allá de los vítores particulares y el desbordado barullo. El anhelo puede tornar más fácilmente planetario, el triunfo más compartido, los diferentes dorsales más de todos. Dicen que son los Juegos del Silencio, pero en el Silencio sobre todo nos encontramos, sobre todo renacemos. El Silencio nos puede situar más arriba en la grada, nos puede ceder más ángulo y panorámica.
Los asientos de los Estadios japoneses permanecerán vacíos, pero los corazones plenos por esa nueva oportunidad de reunirnos todos los humanos. Un «contagio» de fraternidad es lo que se prodigará a través de ese Silencio y sus pantallas. Arrancan en breves horas. La fe colectiva y la tenacidad nipona han vencido al miedo ¡Bendito sea Dios! ¡Gracias Tokyo!