Por más que dicen que lleva altavoces y pantalla incorporada, no me veo compartiendo oración íntima con la famosa «Thermomix», esbozando mi plegaria antes de desvainar los afilados cuchillos, en compañía de ese motor doméstico que hace furor por toda Europa.
Los robots ya han traspasado muchos umbrales. No es preciso que llamen a la puerta de la cocina. Estamos cocinando en silencio y a fuego lento. En realidad todo en nuestras vidas lo quisiéramos hacer a fuego un poco más lento. Cucharas de duro boj y ollas de más frágil barro en nuestras vidas, viejas recetas que se trasmitan de anciana boca a joven oído. La omnipresente wiffi no tiene por qué acabar con todos nuestros secretos.
Prefiero buscar leña en el bosque, encender el fuego de la cocina baja, antes que apretar botones y encender motores que se lleven preciada paz. Una máquina no puede hacer lo que hacen las manos que Dios nos ha dado. Dicen que triunfa por doquier la nueva «Thermomix» del LIDEL, pero mi grano yo quiero que se deshaga despacio, que el sabor le vaya ganando a lo largo de horas de suave coción.
Si nos alejamos del fuego que quema, pero también dora y tuesta con cuidado, que cuece a fuego lento, nos alejamos de la vida que también nos cocina unas veces con llama suave, otras con llama más intensa.
Otra «revolución en el hogar» que pase por hacernos más conscientes del instante privilegiado ante la llama que en definitiva todo lo transforma. Dicen que la nueva máquina sirve para todo, ¿pero entonces para qué servimos nosotros/as? No nos quite ese aparato nuestro delantal y sus lamparones de vieja grasa, no se lleve nuestros preciados aromas, nuestra caja de cercanas y lejanas especias, nuestros momentos inolvidables pasados en el sagrado templo de la cocina…
Koldo (Equipo de Portal Dorado)