Hoy en día, a los hombres no les gusta hablar de Dios y reconocerlo abiertamente. Tienen miedo de la opinión pública. Habría un sentido para que el hombre tuviera miedo de la opinión de la sociedad, si estuviera compuesta por santos, hombres de alta nobleza, alta moralidad, intelecto claro, corazón puro. Pero si no, ¿a qué le temen? Que cuenten con la opinión de seres altos y razonables, guiados por las leyes divinas. Sólo el hombre malvado no ve, no desea ver al bueno y al noble en su prójimo.
Para no dejar que el poder del odio se manifieste, sólo hay que pensar en el amor y excluir toda crítica por palabra, es decir, evitar cualquier pensamiento y sentimiento negativo. Por eso Cristo dijo: «No te opongas al mal». No oponerse al mal significa no mirarlo, ignorarlo.
Piensa sólo en el bien, en el Amor.
A menudo, el hombre bueno se somete a las sugerencias equivocadas y hace el mal, mientras que lo malo obedece las influencias correctas y hace el bien. En cualquier momento, el hombre está expuesto a las tentaciones de desviarse del camino correcto. Cuando odia, se queda con el mal; cuando ama, se queda con el bien. Caminando a veces hacia la derecha, a veces a la izquierda, termina distinguiendo a estos dos estados, reconociendo las tentaciones y venciéndolas. El hombre lucha, cae y se levanta hasta el día en que decide recorrer el camino de su buena intuición.
El hombre se desarrolla más cuando se encuentra entre estados contradictorios que lo obligan a pensar. De esta manera, puede conocerse a sí mismo. Puede conocer lo Grande en el mundo.
No tengas miedo de las tentaciones, pero ten cuidado y aprende cómo detectarlas. Hagas lo que hagas, no podrás evitarlas. Además, no huyas cuando vengan. Acéptalas sin someterte a ellas y te se convertirás en fuerte. Quien sucumbe pierde su fuerza. Las tentaciones, las pruebas, la amargura, las dificultades, inevitablemente siguen al hombre. Debe aprender a recibirlos. Sepan que ellas, también existen en los mundos espiritual y mental.
Beinsa Douno.