La libertad.

Cuando hablamos de la Libertad divina, que deriva de la Verdad, insinuamos el infinito, es decir, la aspiración del alma de vivir en el infinito. La libertad en el sentido pleno de la palabra es el atributo del mundo divino. Sólo Dios es libre absolutamente. Y es por eso que el alma humana que vive en la Verdad, conoce a Dios como Libertad sin límites. Cuando el hombre siente en él esta libertad, todas las cargas, todas las limitaciones que lo oprimen, desaparecen. Experimenta una paz profunda y como una dilatación, una extensión de todo su ser. No conoce más límites – con una mirada penetra las cosas. Ve el hielo derritiéndose debajo de él y a su alrededor. El sol brilla, y todos los gérmenes nobles que se depositan profundamente en su alma y han estado esperando durante miles de años para crecer, comienzan a crecer y desarrollarse.

La libertad es absolutamente necesaria para la realización del alto ideal al que aspira el hombre.

El hombre de hoy no es libre. Aspira a la libertad, pero la busca por medios externos.

La libertad, sin embargo, no puede venir de fuera. No se impone por ley.

Cualquier libertad -cualquiera que sea la forma que se busque: política, civil o religiosa- que se impone desde fuera, es sólo la sombra de la libertad.

La libertad ideal, la libertad que deriva de la Verdad, no se basa en ninguna violencia, conocimiento humano o cualquier orden social humano. No se defiende por la fuerza ni por ninguna ley externa.

¿Una libertad que usa las armas, para afirmarse, es libertad?

Hoy en día los hombres son esclavos. Para liberarse, deben nacer de nuevo, lo que sólo se puede hacer rompiendo sus grilletes actuales. Esto significa: la liberación de las cadenas del destino y de la necesidad, la restauración de este vínculo primitivo entre el hombre y Dios, que ha existido desde el mismo momento de su aparición en el mundo y la restauración de su libertad.

Originalmente todos los seres fueron creados libres.

Y si la libertad ha desaparecido en el mundo, la culpa recae en el hombre mismo. El mismo cortó su principal conexión con la Primera Causa. Ha formado muchos otros vínculos que sólo lo han limitado y engañado.

El principio divino lo libera continuamente de esta limitación, pero vuelve al viejo camino de sus antiguos errores.

Y por eso, si el hombre quiere ser libre, debe tener un solo vínculo: con Dios; con todos los demás seres, sólo puede tener relaciones.

Beinsa douno.

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