De ahora en adelante hay que cambiar incluso la concepción de la ciencia y colocar al ser humano en el centro de todos los estudios – el ser humano con la Divinidad que lo habita -. Sólo cuando el hombre tome conciencia de que todo debe moverse alrededor de este centro divino en él, podrá resolver sus problemas. He ahí por qué insisto continuamente en la importancia de este centro divino en relación al cual todas las células, todas las partículas deben organizarse. Ahí está el secreto: reunir todos esos elementos dispersos que huyen en todas direcciones y hacerles volver como si fueran planetas alrededor del sol. Entonces sí, podéis hablar de orden, de felicidad, de paz… entonces podéis hablar del Reino de Dios: porque hay un centro, hay un sol, un núcleo alrededor del cual todos los demás elementos encuentran su sitio, el trayecto a seguir, y no chocan entre sí.
Tengo una confianza absoluta en la filosofía de los Iniciados, sí, absoluta, porque una vez estudiada y comparada con todo lo demás, es la única que se mantiene en pie, la única; todas las demás están por los suelos. ¡Ya veis lo fácil que resulta comprender todo eso! Suprimid el centro en el hombre, es decir su espíritu, su alma, y se convierte en un cadáver, todo su cuerpo se disgrega. Por consiguiente, hay que encontrar ese átomo central que está ahí, en nosotros, que está vivo, que vibra, y hacer que todo lo demás converja hacia él, porque sólo él es capaz de mantener el orden y la paz.
Cuántas veces se oye a la gente decir: « ¡He perdido la cabeza!» Sí, pierden la cabeza y no pueden dominarse, no saben lo que dicen ni lo que hacen. Todo ocurre lejos de su control y cometen errores que luego hay que reparar. Naturalmente, la cabeza no es más que un símbolo; también podría ser el corazón: « ¡He perdido el corazón! », puesto que el corazón también es un centro.
En realidad, las palabras no tienen ninguna importancia, se puede hablar de la cabeza o del corazón, pero lo que se ha perdido en estos casos es el centro divino, y entonces sí que se propaga el desorden: es una huída en todos los sentidos, el desastre. Todas las células se dan cuenta de que la cabeza, el jefe no está allí, y que, por lo tanto, es el momento de hacer lo que les viene en gana: se convierten en enemigos del hombre, amenazándole. Antes, eran obedientes, amables; todas las células del corazón, de los pulmones, de los brazos, de las piernas… estaban a su servicio, pero ahora casi desean que se muera. Está en la cama y le dicen: «Tienes tu merecido. Ahora lo comprendes, ¿no es así?» Y se divierten. Pero si consigue que vuelva el centro, el espíritu, inmediatamente vuelven al trabajo armoniosamente.
Omraam Mikhaël Aïvanhov