Para completar nuestra experiencia vital sobre esta bendita escuela de conciencia que es nuestro planeta, una mañana vestiremos gafas negras o nos taparemos con una ancha capucha. Clavaremos en el asfalto nuestra mirada pudorosa. Llamaremos con tímidos nudillos a una de esas ventanillas generosas. En alguna vida, no necesariamente en ésta, nosotros/as también nos pondremos a esa cola que apellidan del hambre. Una fría y temprana mañana rodará, especialmente ruidoso, nuestro carrito y no iremos al supermercado, no pasaremos por ninguna caja registradora. Sobrarán los códigos de unas barras siempre dispuestas a separarnos. El agujero del hambre nos unifica. El supremo respeto que les otorguemos a quienes ahora les “toca” hacer la cola, es el que a nosotros mismos nos debemos. Nadie busque votos para su carrera política contra esas colas dadivosas. |