Como se instala la Paz

La paz únicamente se instala cuando todas las células empiezan a vibrar al unísono con una idea sublime y desinteresada. Por eso llevan razón los sabios cuando dicen que no podéis conocer la paz si no introducís en vuestras células, en todo vuestro ser, pensamientos de amor, es decir, la misericordia, la generosidad, el perdón, la abnegación. Vosotros no podéis, porque sólo esos pensamientos aportan la paz. Cuando tenéis, por ejemplo, algo que reprochar a vuestro vecino sin podérselo perdonar y os rompéis la cabeza para encontrar el sistema de vengaros… o cuando alguien os ha robado y pensáis continuamente que debe devolvéroslo, entonces no es posible tener paz, esos pensamientos son demasiado personales, demasiado egoístas. Y aunque estéis tranquilos durante algunos momentos, durante algunas horas, todavía no habéis alcanzado la paz, sólo se trata de un poco de reposo, una calma momentánea (esa paz, pueden alcanzarla incluso los malos), y luego, de nuevo os sentís envueltos por vuestras angustias y vuestros tormentos.

La verdadera paz es un estado espiritual que no se puede perder una vez alcanzado. Cuando tenéis el deseo de cumplir la voluntad de Dios, es decir, de llegar a ser un bienhechor de la humanidad, de amar a todos los hombres, de servirles, de perdonarles, esta idea hace vibrar al unísono todas las partículas de vuestro ser, y entonces, podéis saborear la paz. Esta paz, una vez obtenida, os seguirá por todas partes: la sentisteis ayer, y hoy está también ahí… y mañana, desde que os despertáis, os espera de nuevo. Os extrañáis al comprobar que no necesitáis hacer esfuerzo alguno para reencontrarla. Antes, para calmaros debíais concentraros durante mucho tiempo, rezar, cantar o incluso tomar algunos calmantes; ahora ya no es necesario, la paz está ahí, en vosotros.

Por consiguiente trabajad durante mucho tiempo esta idea de amar, de hacer el bien, de perdonarlo todo… hasta que llegue a ser tan poderosa que impregne todas vuestras células, las cuales empezarán a vibrar al unísono con ella. A partir de entonces la paz ya no os abandonará, y aunque posteriormente os turben determinados acontecimientos, mirando en vosotros mismos descubriréis que la paz aún está ahí, a pesar de todo. Porque no es como antes, una tranquilidad, una calma prefabricada, impuesta, que no dura más que el tiempo que empleáis en esforzaros por mantenerla… Es un estado que, por decirlo de alguna manera, forma parte de vosotros.

MIKAEL OMRAAM AIVANHOV

EL EGREGOR DE LA PALOMA. IZVOR 208.

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