APRENDER A PERDONARNOS

Quizás el manido “mantram” de amarnos a nosotros mismos, consistía simplemente en aflojar el látigo sobre nuestra propia espalda, recordarnos escasos de conciencia, sencillamente transitando el inevitable “kinder”.
Nuestros rincones más oscuros son también los que necesitan nuestra luz más candorosa, nuestra mirada más comprensiva. No podemos resucitar el ayer, pero sí observarlo de otra manera, como aquel campo de imprescindible experimentación y aprendizaje en medio del cuál no siempre dimos la nota que demandaba nuestra alma.
No podemos volver al pasado, pero sí intentar comprendernos un poco más, aceptarnos a nosotros/as y al ser de más escasa conciencia que entonces encarnábamos. Está bien reconocer que nos equivocamos, pedir perdón si eventualmente hubo perjudicados. Es propio extraer las enseñanzas que derivan de esa equivocación, pero no procede mantenernos toda la vida flagelándonos por ello.

Salimos de los aprietos como pudimos. En aquel tiempo, con aquel nivel de conciencia no nos daba sino para aquellas respuestas, para aquella manera de comportamos. No podíamos aspirar a más. Con aquel desarrollo tan limitado, en medio de aquellas situaciones complicadas, no cabía una solución más lograda. Algún día deberemos arriar el látigo, deshacernos de él.

No podemos volver a aquel momento conflictivo y resolverlo de otra forma. La evolución no contempla “moviola”, pero sí oportunidades sin límite de hacerlo cada vez un poco mejor. Prime siquiera el anhelo de que arraigue el aprendizaje. La vida eterna siempre nos concederá, al fin y al cabo, la infinidad de oportunidades de rehacernos.

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