A orillas del río Buriganga

Se acercaba el final de mi viaje cuando una voz amiga me preguntó ¿a qué sitio volverías? No lo tuve que pensar ni un solo instante, quisiera volver a orillas del río Buriganga -dije-, allá donde mi corazón latió con más fuerza. Necesitaba constatar que no había sido un sueño, que allí vi cómo la fuerza de hombres y mujeres renacía a cada instante por pura alquimia, que es posible parar y sonreír aún cuando llevamos a cuestas una carga descomunal. Con la espalda y la cintura encorvadas por el esfuerzo desesperado, ellos te miran a los ojos y sonríen con la boca enrojecida por el jugo de betel, esa estimulante nuez de areca que mascan para olvidar el hambre.

Y allí fuimos de nuevo al alba, cuando las primeras luces empezaban a despuntar y así, sigilosos, de a poquitos, fuimos entrando en sus vidas.

Desde la ribera del río Buriganga que serpentea la ciudad, contemplamos extasiados como algunas barcazas y también grandes navíos se acercaban con su carga, arena y también carbón, que sería transportada por seres infatigables quienes allí, al ladito del río, habían establecido su hogar.

Era muy temprano, a algunos hasta les veíamos salir a gatas de esas casuchas desvencijadas, construidas de la manera más precaria imaginable, sin luz ni ventilación, tan solo unas chapas o maderas que se entrecruzan y unas lonas o cualquier plástico o tela que sirven como techumbre.

Sin embargo, una vez más nos sentimos, desde el primer momento, aceptados y bienvenidos. Siempre una sonrisa, una invitación a compartir un té, su tiempo, su vida…

Empezaban su aseo personal. Agazapados y en cuclillas se acercaban para lavarse, a esos hilillos de agua que gotean de algún grifo a lo largo del sendero. Caminando o simplemente contemplando el fluir de las aguas, se cepillaban los dientes. A algunos les veíamos utilizar un cepillo, pero todavía hay muchos que perpetúan la milenaria tradición de frotarse las encías con una ramita del árbol Nim o Babool, ambos muy apreciados por sus propiedades medicinales.

Poco a poco, íbamos viendo cómo el ritmo de actividad incrementaba hasta convertirse en frenética lucha. Presenciamos primero cómo construían los puentes que les permitirían llegar a los barcos, para cargar las cestas con el carbón y la arena que serían transportados sobre sus cabezas, o los ladrillos que, en pértigas, acarrearían sobre sus hombros.

Así de pronto, casi sin que nos percatásemos, un ejército de transportadores, como hormigas incansables, iban de un lado a otro sin una pausa, sin un respiro. En el camino de ida su enorme cesto vacío, en el de vuelta la pesada carga.

Al llegar a su destino, por cada viaje reciben una chapa de plástico o metal que luego canjean por dinero. Después de una larga y extenuante jornada de trabajo, cobran el equivalente a apenas dos dólares.

Cuando se camina con los pies descalzos permitiendo que la savia de la Pachamama atraviese la desnudez del cuerpo y, en su ascenso, llegue al alma.


Cuando la risa y el llanto se funden en un tierno abrazo y, al poco, esa misma ternura se vuelve convulsa, oprime y desgarra sabiendo que ese encuentro es eterno.
Cuando la carga se vuelve demasiado pesada, el camino resbaladizo, la tierra se empapa con su sudor, con tus lágrimas y te ves reflejado en otras pupilas permitiendo que sus destellos te cieguen, es entonces, y solo entonces cuando surge de lo más profundo, esa unión indestructible y arde, con una fuerza arrebatadora, la llama de la esperanza.

12 comentarios sobre «A orillas del río Buriganga»

    1. Gracias Jorge, qué contenta estoy de que te guste, algún día sí que tendríamos que hacer una escapa juntos hermanito.

  1. Las fotos me han encantado y el texto es precioso. Que bien que lo describes! Me ha gustado muchísimo y da paz leerlo y ver esas fotos magníficas. Gracias una vez más Elena!!!

  2. Me alegra un montón que lo vivas de esa forma Montse, a mí también me dieron mucha paz y esperanza, entonces era justo eso lo que intentaba transmitir. Abrazo grande.

  3. Elena, tus fotos me parecen mágicas, increibles, pero más increible me parece que estas gentes te dejen entrar en sus vidas, en la intimidad del aseo, en la dureza del trabajo. Creo que algo maravilloso ven ellos en ti para mostrarse tan naturales y confiados, para aceptarte.
    Gracias por hacer estas fotos y por compartirlas.

  4. Muchísimas gracias Sara por tus palabras, pero no, no, te permiten o más bien diría yo que te invitan a participar de sus vidas porque así lo sienten. Valores como fraternidad, nobleza y tantos otros permanecen intactos en su esencia. Los maravillosos son ellos, de eso no hay duda.

  5. Mil gracias Elena, las imágenes hipnotizan y lo dicen todo, no necesitan palabras… Gracias, de nuevo, por acercarnos a esa cruda realidad, que revuelve e incomoda nuestras conciencias. La generosidad de estas gentes es inconmesurable. Comparten toda su grandeza y lo nada material que tienen..

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