Fue en Varanasi, al atardecer, mientras paseaba por las bulliciosas calles que dan al río, muy cerca del «ghat» en donde tenía previsto asistir a la ceremonia del fuego. Deambulaba sin rumbo, observando cómo la gente realizaba las últimas abluciones antes de la puesta del sol, cómo los vendedores, en su gran mayoría niños, te ofrecían las lámparas, símbolo de luz, para ser depositadas en las aguas de la diosa Gangâ, o cómo las mujeres, que recién habían llegado de distintas partes del sur de la India, se hacían afeitar la cabeza. Por todos los lados, ofrendas, «sadhus» y más ofrendas de Amor que, en sí mismas, permitían que los sueños se hiciesen realidad.
De pronto, una mujer me hizo salir de mi embelesamiento. De pie, frente a mí, me mostraba los productos que vendía, postales y diversos avalorios. Al levantar la vista hacia ella, un estremecimiento recorrió todo mi ser. Sus ojos derramaban vitalidad, su mirada era limpia, pura, intensa, sin embargo, ya en sus labios aparecían unas heridas que no sanarían jamás, la piel empezaba a retorcerse, la suavidad de su frente y sus pómulos daba paso a las más lacerantes lesiones causadas por las quemaduras del ácido.
Creí desvanecer, la energía que ella desprendía era inversamente proporcional a la debilidad que yo sentía perdida en la impotencia, incapaz de entender cómo un ser humano puede, hasta tal punto, mutilar, lacerar e infringir a otro un ultraje de esa naturaleza. Sin embargo, el recuerdo de mi reciente visita a la fundación “Acid Survivors”, permitió que recuperase el control. Poco a poco, iban apareciendo ante mí, todas y cada una de las miradas, de los gestos, de las súplicas y también de las risas compartidas con esas personas excepcionales que, habiendo sido degradadas hasta lo más bajo, afrontaban con coraje y dignidad el reto de seguir adelante.
Hacía tan solo un par de semanas que había conocido la fundación en Dhaka, Bangladesh. Durante dos días, tuve el privilegio de convivir con seres extraordinarios quienes, en medio de lo que podría haber sido la desolación más absoluta, gracias al altruismo y amoroso corazón de las personas que allí trabajan, mantenían viva la llama de la esperanza.
A través de este enlace http://acidsurvivors.org/ podrás conocer qué les pasó, el origen de la tragedia y la evolución de sus vidas.
Allí conocimos a Rubel, quien hacía ya años que había sido víctima de una terrible agresión. Ahora trabaja en la propia fundación realizando tareas administrativas. Desde el instante en el que nos conoció, sus muestras de cariño no cesaron. Al poco, hizo una foto con su móvil y nos la envió, en ella aparece también Mauro, mi buena estrella en Dhaka.
Y no podría dejar de mencionar a una mujer maravillosa que estaba en el hospital, en las primeras fases de cirugía. Su nombre es Jesmin, no hablamos la misma lengua, pero la falta de comunicación verbal entre ambas no disminuyó el gran afecto que nos unió. Durante el tiempo que estuvimos juntas, nuestras manos entrelazadas no dejaron de prodigar caricias. Cuando llegó el momento de despedirnos, nos ofreció el regalo más valioso que nunca hubiese imaginado, una fotografía suya de antes del accidente, así quería que la recordásemos siempre y así permanecerá en nuestros corazones, con la belleza intacta de un ser puro.
Si deseas unirte en la lucha, para detener el ataque por ácido y otras formas de violencia de género, no dejes de visitar http://acidsurvivors.org/
Es escalofriante que haya personas que estén sufriendo estas atrocidades que tu trabajo nos permite conocer.
¿De donde sacan la fuerza para sonreir y hacer frente a la vida?
Siempre aprendiendo.
Gracias Elena.
Sí que lo es Montse, pero de verdad he podido ver y admirar esa fuerza desbordante de la que hablas, esa sonrisa y aceptación digna para seguir adelante.
Un fuerte abrazo.
Querida Elena, no puedo sino reiterar mi admiración por la fuerza interior que te permite hacer estas fotografías que dan visibilidad a lo mejor y lo peor de la humanidad, a la belleza, la espiritualidad y el horror.
Espero que puedas compartirlas con los que te queremos muchos años.
Un abrazo
Sara
Muchísimas gracias siempre por tus palabras Sara, pero créeme, no soy más fuerte ni menos que nadie, cada uno elegimos la forma de luchar contra la injusticia o, como en este caso, rendir un homenaje a los seres extraordinarios que se cruzan en nuestras vidas, y esta es la mía. Un fuerte abrazo.
Escalofriante y lleno de amor, tu relato, Elena. Mujeres valientes, resilientes y capaces de emerger del mas profundo dolor. Gracias por golpear nuestras conciencias, acercándonos a esa realidad tan atroz.