El alma necesita alimento espiritual interior que sólo puede ser adquirido a través de la oración…
Después de cada oración, es útil permanecer durante algún tiempo en silencio, en estado de recepción, para sentir la bendición que Dios nos envía.
En todas las condiciones de la vida, en la alegría y en el dolor, debemos pensar en Dios, la fuente de toda vida. Sin este inmenso amor cósmico, no puede haber instrucción, nobleza, ni ciencia, ni arte, ni religión, ni profesión.
Si el hombre piensa que es independiente y libre, ¡que trate de abstenerse de respirar! Entenderá la necesidad de respirar. Si la respiración representa tal necesidad, pensar en la fuente primordial es mil veces más indispensable.
La oración es algo sublime que no se expresa a través de una recitación mecánica. Cuando aprendas a orar, tu vida adquirirá su significado. Los discípulos de Cristo se dirigieron a él y le preguntaron: “Maestro, enséñanos a orar”. Cristo les respondió: “Cuando venga el espíritu de verdad, él os enseñará.” Pero tenían, frente a Cristo, una imagen de verdadera oración.
Todo hombre puede aprender a orar. La oración depende de las virtudes del hombre; debe poner el bien como base de su vida, y su capacidad para orar se desarrollará sin que él se dé cuenta, como resultado natural de su comportamiento. Cuando el hombre está en un estado de oración, el mal no existe para él y está bien dispuesto a todos. Se regocija en todo y gracias por todo. Frente a este hombre, todo está vigorizado. Ve por todas partes manifestarse el espíritu de Dios, que nos ayuda y trabaja para nosotros. Despierta en él el impulso de trabajar también y de liberarse de las limitadas condiciones de la vida.
Hay momentos en la vida en que todos los seres, desde los más pequeños hasta los más grandes, dirigen sus pensamientos a Dios. Todo el mundo dirige un pensamiento correspondiente a su desarrollo. Dios responderá a esta oración colectiva, enviando a todos toda la luz que necesitan. De esta manera, recibimos la bendición divina para poder crecer y desarrollarnos de acuerdo con su voluntad.