Un breve cuento.

68 – Cuando los herodianos preguntaron a Cristo: «¿Es lícito al pueblo de Dios pagar tributo al César, o no?», Cristo ‘contestó categóricamente: «Pagad, pues, a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios». En todo este capítulo (Mateo -XXII), hay grandes ideas para cuya comprensión se requiere arduo trabajo. Vemos aquí un problema de carácter social, que hasta hoy sigue preocupando a la humanidad. Hay que pagar tributo. Esto se puede abarcar desde un punto de miras común, como empleando un sentido mucho más amplio.   

      La mayor preocupación del hombre consiste en resolver correctamente los problemas de la vida. En la solución de éstos, se oculta la fuerza de la vida misma. De manera que, mientras estés en la Tierra, piensa y trabaja para hallar los resultados debidos. Cuando des al César lo que le corresponde, entonces te liberarás. Todo mal pensamiento, mal deseo, no son ‘tuyos, son del César. Lo del César es mundano, y nosotros tenemos obligaciones hacia el mundo. Eso significa comprender el sentido de la vida.

     Ahora te relataré un breve cuento:

     Un eremita que había vivido muchos años en el desierto tratando de hallar el sentido de la vida, cansado de su búsqueda infructuosa, dejó su aislamiento y fue a ver a un santo, famoso por su sabiduría, en procura de una respuesta para el gran interrogante que se había formulado durante tanto tiempo de soledad. Por toda contestación, el sabio le dijo: «Ve a la aldea cercana y quédate todo el día entre los aldeanos para aprender algo de ellos». El eremita cumplió tal consejo y en la aldea estuvo acompañando a un hombre que le ofreció su casa. Lo primero que llamó la atención del eremita fue que el aldeano, antes de partir para el trigal, donde cumplía las agotadoras tareas de la jornada, pronunció muy quedo y respetuosamente la palabra  «¡Diosecito!». Al ponerse el Sol y ya de regreso, después de haber arado y sembrado muchas horas, este hombre se sentó a descansar y nuevamente pronunció: «¡Diosecito!”. El eremita volvió a lo del santo para contarle lo que había observado, luego de lo cual, éste le dijo, mientras le entregaba una lámpara: «Ahora volverás a la aldea y la recorrerás varias veces portando esta lámpara, al par que tendrás sumo cuidado de no derramar ni una sola gota de aceite». Y así lo hizo el eremita. A su regreso fue interrogado por el santo: «¿Cuántas veces, mientras recorrías la aldea, te has acordado del Señor?». «Ninguna -respondió el eremita-, porque toda mi atención estuvo concentrada en no derramar el aceite, tal como me lo pediste». Entonces el santo lo increpó, diciendo: «¿Has visto como el aldeano, que tanto trabaja para mantener a su familia y a nosotros, tuvo tiempo para acordarse dos veces en el día del Señor, y tú, el eremita, cómo no has podido hacerlo? ¿Cómo es posible pretender hallar el sentido de la vida si no se le da a Dios lo que es de Dios?»

    Haces bien si piensas en ti, en tus manos y piernas, en tu mente y corazón; pero, también debes pensar en lo elevado, si es que aspiras a la felicidad. Para entrar en el camino recto es preciso distinguir lo sustancial de lo no sustancial; tanto, como liberarse de ambiciones personales, tener buena conducta y llevar amor en sí mismo. ¿Y qué hace el hombre actual? Sale del sueño, se baña, se viste y va a su trabajo. Su primera preocupación es servir al César. Si, naturalmente, tiene que servir al César porque está en su reino. Por otro lado, alguien me dice que para alcanzar la espiritualidad no hay que ocuparse del cuerpo. ¿Y quién le ha dicho tal cosa? Si se habita una casa, hay que tenerla limpia y bien cuidada. Esta persona quiere llegar a ser un hombre santo. Bueno, muy bien, pero con santidad o sin ella debe bañarse. Ha venido a la Tierra, y aun cuando sea un hombre santo, debe ser un santo limpio y sano. Si ha de servirle a Dios, lo hará en espíritu y verdad. Muchos dicen que el mundo es malo. No creo en esto. El mal del mundo se debe al hombre. Cuando hablamos del
mal en el mundo, debemos comprender aquello que se vincula con la vida personal y no con el mundo creado por Dios. Tanto el mundo como los hombres que lo habitan ocupan su lugar y tienen su propósito definido. El mundo tiene sus leyes y el hombre tiene el deber de conocerlas y acatarlas.

Beinsa Douno.

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