Los espíritus son alientos nacidos del único Aliento.
En su pluralidad el Espíritu revela su inagotable variedad.
La grandeza del Espíritu Divino se manifiesta en esa variedad. El Espíritu contiene todos los tesoros inagotables de los mundos visibles, y revela lo que Dios es.
Dios desciende hasta nosotros enviando su Espíritu, como el sol envía su luz.
El Espíritu Divino sale todos los días, y todos los días nos envía sus bendiciones voluntariamente, sin que se las pidamos y sin esperar de nosotros ninguna retribución.
Le debemos todo lo que tenemos.
Los hombres siempre se han dado más o menos cuenta de ello. De diversas maneras han designado ese poder inteligente que viene de Dios y se manifiesta en el mundo, y le han dado diferentes nombres: la sustancia primigenia, la energía primigenia, las leyes de la naturaleza, etcétera.
Las leyes son creadas por el Espíritu. Se refieren a esa gran energía del mundo que sale de su estado primigenio y se diferencia para manifestarse en su inagotable variedad.
Esta forma de desarrollo no es más que el movimiento universal del Espíritu en la realización del plan cósmico completo.
El Espíritu es la realidad más sublime. Desde el punto de vista del mundo físico es invisible, pero desde el punto de vista del mundo Divino, es tan objetivo como lo es el cuerpo en el mundo físico, y el alma en el mundo espiritual.
Todo lo que es grande, sublime y poderoso en el mundo se debe al Espíritu.
El Espíritu ha dado los frutos más preciosos en la vida.
Estos frutos son: Amor, Alegría, Paz.
longanimidad, mansedumbre, bondad.
Fe, Mansedumbre, Templanza (o Autocontrol).
Estos son los tres grandes triángulos de los tres mundos: el divino, el angélico y el humano. Amor, Alegría, Paz – este es el triángulo Divino. El Amor es el padre, la Alegría – la madre, y la Paz – su hijo. En el triángulo del mundo angélico, la longanimidad es el padre, la dulzura la madre y la bondad el hijo.
Beinsa Douno.