Pero cuando Jesús rezaba para que el Reino de Dios descendiera sobre la tierra, esta tierra en la cual pensaba primero, es el ser humano él mismo. Es primero en cada uno de nosotros que debe venir el Reino de Dios. La luz está en el Cielo, el amor, la fuerza están en el Cielo, y son esta luz, este amor, esta fuerza que debemos hacer bajar para introducirlos en nuestro cerebro, en nuestro corazón, en nuestros pulmones … en todo nuestro cuerpo. Así, después de años de esfuerzos, lograremos realizar dentro de nosotros la unión del Cielo y de la tierra, del espíritu y de la materia. Y una vez realizada esta unión dentro de nosotros, podremos contribuir a realizarla a nuestro alrededor. He aquí el sentido de las palabras de Jesús.*
Desde hace dos mil años los cristianos recitan «Venga a nosotros tu Reino; hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo», pero continúan obedeciendo únicamente a voluntades humanas, la suya propia y la de los demás, voluntades oscuras, egoístas, violentas, anárquicas. Por eso se ven siempre los mismos desórdenes, los mismos sufrimientos. Cuando los humanos se hagan conscientes de la tarea para la cual se encarnaron, se decidirán a trabajar sobre la tierra, y primero sobre «su» tierra, es decir ellos mismos. Muchos rezan, cierto, pero ¿ qué piden en sus oraciones?.. . Rezar verdaderamente, es hacer vibrar todo su ser al unísono del mundo divino, hasta que la tierra se convierta en el espejo en el cual el Cielo pueda reflejarse.
¿Desde cuándo los humanos han adoptado la costumbre de llamar espontáneamente a una Divinidad cuando necesitan expresar un deseo, pedir ayuda? … nunca se sabrá.
En el sermón de la montaña, cuando Jesús enseña a sus discípulos y a la multitud cómo rezar, las primeras palabras de esta oración son: «Padre nuestro, que estás en los Cielos… « Podemos pues dirigirnos a Dios como a un padre, pero no en cualquier estado interior, ni en cualquier condición. Es demasiado fácil quedarse en una interpretación superficial de estas palabras» Padre nuestro». A menudo los humanos se comportan como niños exigentes, caprichosos, inconsecuentes; están persuadidos de que Dios está ahí para satisfacer sus deseos, socorrerles, perdonar sus faltas y abrazarles. ¡Pues, no! Y es por eso que el Señor les expulsa diciéndoles: «Si queréis que os abrace, ¡lavaros primero!»
Sea cual fuere el amor de sus padres, si un niño se acerca a darles un beso con la cara sucia de mermelada o de chocolate, le mandarán a lavarse primero. Y Dios actúa del mismo modo. A pesar de todo su amor, no puede abrazar a aquél que no se ha liberado de algunas impurezas. ¿Qué significa esto? Que no puede haber confluencia entre dos substancias que no son de la misma naturaleza. Y puesto que Dios es luz, solo podemos acercarnos a Él, ser escuchados por Él si intentamos convertirnos nosotros mismos en luz. Aquél que está cubierto de polvo, se quedará siempre lejos de Él, no le escuchará.
Omraam Mikhaël Aïvanhov