Pronto será sin plásticos de por medio. El amor cobrará coraje y carrerilla. Entonces tendremos que amarnos por fin de verdad, por fin por entero. Tocará recordar que éramos, que somos hermanos. El amor era la sencilla, universal y gratuita profilaxis. El amor por supuesto entre los humanos, el amor también para con toda la Vida y la Creación. Los virus han surgido cuando hemos destruido la Naturaleza. Pocos resaltan esta cuestión fundamental.
El amor salta todos los abismos, también las barreras transparentes. Podía más que los plásticos, las mascarillas y las distancias preventivas. Más amamos, menos miedo, más inmunidad, más anticuerpos. Los laboratorios trabajan contrarreloj para hallar la milagrosa vacuna, pero el milagro latía en nuestro kilómetro cero. La cotizada vacuna no se hallaba necesariamente en ningún tubo congelado a menos 80 grados, sino en el espacio cálido, esponjoso y mullido de nuestro propio corazón.
* Imagen de «El País». Una anciana besa a su hija a través de una pantalla de plástico en una residencia de ancianos en Castelfranco Veneto (Italia).LA
VERDAD
En estos tiempos de confusión y COVID todos se pegan por ella, pero ella se refugia en los corazones sencillos y puros. La verdad nunca falta a nadie, porque si así fuera negaría su propia razón de ser, su propia esencia. La verdad camina a veces en compañía de la amabilidad, otras veces de la firmeza, pero nunca, nunca de la ofensa.
Pareciera que nos susurrara: “Sed discretos. No metáis mucho ruido, si vais a hablar en mi nombre”. La verdad rehuye la algarada, cobra fuerza cuando es acompañada por el silencio, cuando se refugia en la paz de las almas nobles. La verdad no necesita siquiera autroproclamarse, es claramente reconocida.
Cuando alguien lleva algo de la verdad, no grita, no discute, pues sabe que ella no gusta de prisas, discusiones, ni estridencias. La verdad propia no siempre se basta a sí misma, a veces necesita también de otras verdades, siquiera trozos pequeños, de los que incluso el aparente adversario puede ser portador.
IRA EN LAS CALLES
No lluevan las piedras de la cólera sobre la ciudad confinada. La ira no se desata, se disecciona y transmuta. El mundo no necesita nuestra ira, necesita nuestros cantos, nuestras flores en estos tiempos difíciles. Necesita nuestro argumento y lucidez en esta hora de confusión. No habrá alba mientras que todas las responsabilidades estén siempre fuera.
¿Cómo, por qué trajimos el coronavirus, más que por qué nos encierran? ¿Cómo podemos salir más unidos de esta crisis en vez de emprenderla con la policía? La rabia es siempre mala consejera. Ni el mobiliario urbano, ni los contenedores, ni por supuesto las fuerzas de seguridad tienen la culpa. El cuestionamiento, que no la indignación, debería enfocarse hacia nosotros mismos.
La rabia se desata en muchas ciudades españolas y europeas ante las restricciones y medidas de confinamiento. La objeción, que nunca la ira, debería centrarse sin embargo en esta civilización materialista e individualista que hemos creado y que destruye la Creación, en este sistema que se ha alejado tanto de la Madre Naturaleza. La destrucción de la Naturaleza es la principal causa de emergencia de enfermedades infecciosas en el mundo. Pan y agua al vándalo que, en alguna medida, todos llevamos dentro.
BANNERS DE LUZ, POR FAVOR *
Cordura y argumento, antes que parálisis y espanto. Banners de luz, de coherencia y sacrifico por el prójimo, no de miedo. Entendemos la sana intencionalidad de este marketing, pero el temor nunca será el camino, por lo menos en una sociedad madura. Anuncios con luctuosas imágenes llevan días en la cabecera del periódico más importante del país, pero una sociedad desarrollada no necesita del pánico para concientizarse. El evangelio de la amenaza yace junto a los huesos ligeros del anciano Yavhed, junto a los más pesados del respetable Abraham.
Nadie hollará el Sendero sin asumir previamente una responsabilidad colectiva. Primero ciudadanos responsables, después aspirantes. El dolor, el accidente, la enfermedad son inherentes a la vida, por más que haremos por sortearlos. Traen su enseñanza bajo el brazo, a nada que nos mantengamos alertas.
La muerte no era el contrapunto de la vida, era sólo su continuidad. Era sólo el siguiente capítulo con menos lastre y más clara luz, más comunión. Cuando asumamos esto, cuando reparemos en que tenemos un tiempo de encarnación en la carne y otro en los mundos del espíritu, cuando concluyamos que el cuerpo era sólo circunstancial vestidura del nuestra Real Presencia, nos retirarán esos poco amables anuncios al desayunar de buena mañana con el periódico.
* A propósito de la campaña publicitaria en favor de la responsabilidad ciudadana ante la pandemia emprendida por la Comunidad de Madrid
LA VACUNA NO SERÁ OBLIGATORIA
No conviene fomentar oscuros espejismos, ver el mal más allá de sus estrictas fronteras. La Vida conspira a nuestro favor, no en nuestra contra. Desde su nivel de conciencia, la mayoría de los seres humanos, incluidas las autoridades en nuestra Europa occidental, también.
Ya es oficial que en España la vacuna contra el COVID 19 no será obligatoria. Sólo se la pondrá quien así lo desee. Muchos no nos la pondremos, porque creemos en el poder defensivo de una vida natural en contacto con los elementos. Nadie meterá en nuestro cuerpo la aguja que no queremos.
Nuestra libertad no está de momento cuestionada. Si para acceder a un servicio o a un trabajo, nos obligaran a vacunarnos, saldremos a la calle. Mientras tanto tenemos ocupación. La fe enraizada en la Vida disipa la «conspiranoia». «La conspiranoia» puede ser síntoma de falta de Norte, de ausencia de verdaderas causas. Cuando hay justas y generosos causas por las que entregarte y trabajar, no es preciso inventarse escenarios, no es necesario hacer brotar problemas donde no existen. ¿Qué haremos ahora con todas las vacunas que dijimos que nos iban a poner? No conviene levantar barricada donde no había ninguna noble batalla.
Cultivar la teoría de la conspiración, es dar impulso a la amenaza, olvidar la fuerza, la fe y la protección que nos asiste. No atraigamos la amenaza de tanto mentarla.