La paz es, pues, la consecuencia de un saber profundo sobre la naturaleza de los elementos que alimentan al hombre en los distintos planos. Y junto a este saber, naturalmente, como acabo de deciros, se precisa una gran atención, una poderosa voluntad para no permitir jamás que se introduzcan elementos perturbadores. Si los Iniciados dan a la pureza una importancia tal, se debe a que han verificado desde hace mucho tiempo que la más pequeña impureza en su cuerpo físico, en sus sentimientos o en sus pensamientos, era suficiente para que perdieran la paz.
La paz, os lo acabo de decir, es el resultado de una armonía entre todos los elementos que constituyen el hombre: el espíritu, el alma, el intelecto, el corazón, la voluntad y el cuerpo físico. Y si es tan difícil de obtener, precisamente se debe a que estos elementos raramente se encuentran en armonía. Determinada persona tiene pensamientos lúcidos, sabios, pero he aquí que su corazón, en el que se ha filtrado un sentimiento bajo, le empuja a hacer locuras. O bien está animado de los mejores deseos, y es su voluntad la que está paralizada. ¿Cómo queréis que se sienta en paz en semejantes condiciones? La paz es la última cosa que puede obtener el hombre. Pero cuando, después de todo tipo de sufrimientos y de luchas, de fracasos y de victorias, consigue por fin que triunfe su naturaleza divina sobre todas las rebeliones e inquietudes de su naturaleza inferior, sólo entonces puede encontrar la paz. Antes, posiblemente podía llegar a vivir unos momentos maravillosos, pero ello no duraba mucho tiempo. Y por eso se oye a mucha gente decir: «He perdido mi paz».
Omraam Mikhael Aivanhov.
El egregor de la Paloma.