La oración es un proceso consciente del alma humana. Cuando el hombre reza, su alma se expande, se proyecta fuera de su ámbito, por lo que llamamos a este movimiento “la salida del angosto espacio en que vivimos”. Al orar, ha de expresarse exacta y detenidamente el pensamiento en pocas palabras, y cada una de ellas debe corresponder a su contenido. La oración es un conjunto de principios, de elementos mediante los cuales se manifiestan los sentimientos y pensamientos del orante. Si en la oración no se cumple este proceso interno, no podremos decir que oramos.
La calidad de la oración está determinada por los frutos del alma porque, en realidad, la oración no es más que el profundo anhelo del
alma para lograr su unión espiritual. La mente, el corazón y la voluntad participan ampliamente en la consecución de tales frutos, porque sólo cuando ellos se unen en la oración, ésta puede ser realizada. Para que esta unión se produzca, no se requieren requisitos extraordinarios; es posible lograrla a plena luz o en la penumbra; carece de importancia si quien ora se dirige al este o al oeste, al norte o al sur para hacerlo, ni es necesario pertenecer a una religión dada. Lo importante es que tal proceso signifique una total autodeterminación.
En el Evangelio de Mateo (6:6) se dice: “Más tú, cuando ores, entra en tu aposento, y habiendo cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará”. Este aposento es el lugar de la autodeterminación; es el único sitio sin mácula, donde el alma se une con el Padre. Es el punto de unión de las almas vivas del Cielo y de la Tierra. Allí se comprende por qué se vive y por ‘qué debemos rezar. Este aposento está dentro de nosotros. Mientras se ore fuera de él, no se conocerá la enseñanza de Cristo, ni se logrará la unión con el Padre. Si alguien piensa que puede vivir sin rezar, puedo asegurarle que está en un error. Todos los seres vivos rezan; todo el que vive en el mundo de la luz reza; es decir, se autodetermina, permanece en vínculo continuo con la vida. Sólo los muertos están impedidos de rezar. Sabiendo esto, no podemos detener ni entorpecer este proceso natural que opera en nosotros.
Peter Deunov, Maestro de Omraam Mikhaël Aïvanhov.