LAS GUERRAS QUE NOS UNEN

Nos debemos a la esperanza aún en las noches de destrucción y muerte; nos debemos a cualquier chispa de luz que pueda brotar aún en la oscuridad más cerrada. Siempre marcharemos tras ellas. ¿Es posible esa otra lectura de algo tan trágico como la guerra? ¿Es posible mirar esta barbarie con los ojos del altruismo con los que siempre hemos de esforzarnos? ¿Y si pudiéramos dar la vuelta a tanto dolor, muerte y desolación? Habremos cuanto menos de intentarlo. Al fin y al cabo, las guerras y su sufrimiento desmedido han manifestado también un gran poder catártico, han resultado siempre ser los más duros, pero eficaces aceleradores de conciencia.

La protesta contra la tiranía un día desbordará al tirano. En los años 1996 y 1999 Rusia emprendió también dos salvajes guerras en el Caúcaso con bombardeos masivos de la población civil en ciudades como Grozni. Entonces Putin sólo encontró oposición a su barbarie en las mujeres de negro rusas, en las madres sin nada que perder, pues les llegaban los cadáveres de sus hijos muertos en esa guerra deplorable. Ahora en más de cuarenta ciudades rusas ha habido valientes protestas de ciudadanos en contra del despropósito de su presidente, manifestaciones pacíficas imbuidas de ejemplar serenidad y coraje.

Rusia despierta y eso es buena nueva. Ahí está la otra Rusia joven, desperezada dentro de nuestros televisores, maniatada por la policía, con sus manos presas y su mente libre; sin duda la más grande y generosa, la más sentida de todas. Viene de vencer sus propios orgullos, su pretérito cometido de gendarme en la Europa Oriental. En esa Rusia llana, desbordada de anhelo de paz, de espíritu de hermandad; en esos corazones nobles y valientes; en esos jóvenes desnudos de armas y ambiciones expansionistas…, nuestra esperanza. Al día de hoy alrededor de 5.000 han sido introducidos en los siniestros furgones policiales. No pare de crecer esa Rusia gloriosa.

Nuestra mente en esa ciudadanía. Nuestra esperanza en ese pueblo también sufriente, para que, antes que después, se levante aún más numerosa contra la tiranía del caudillo Putin que quiere pasar a la historia, no importe el precio en forma de destrucción, dolor y muerte. Nuestro corazón por supuesto con la paz, pero paz indisolublemente unida a los parejos e irrenunciables valores de libertad, democracia y derechos humanos; paz unida al derecho de los pueblos a no ser agredidos bárbaramente una terrible noche a las cinco de la mañana, a decidir plena y soberanamente sobre su futuro.

Esa otra lectura “positiva” de la guerra, hoy especialmente necesaria, no entra con «forceps». Esta maldita guerra nos ha unido como pocas cosas. La casi entera humanidad ha dicho “no” a su propio pasado de confrontación violenta. Nunca las fuerzas del mal, de la fuerza bruta desnortada, habían estado tan aisladas. La entera humanidad exhibe una madurez y solidaridad hasta el presente desconocidas. No sólo nuestro arco político, también la inmensa mayoría de los dirigentes políticos mundiales; el mundo de la cultura, del deporte, de las finanzas… han dicho “No a la invasión de Ucrania”.

El “No a la guerra” nos ha acercado a quienes hasta ahora nos manteníamos separados. Nos hemos manifestado como un cuerpo unido a nivel global. Hay algo positivo en medio de esta terrible crisis y es que prácticamente el mundo entero ha cerrado filas por la paz. La humanidad ha dado un portazo al pasado de violencia y arbitrarias agresiones. La casi entera condición humana se ha plantado ante el descomunal atropello.Hubiéramos querido explorar su mapa sin iconos de explosivos, aprender geografía ucraniana de otra manera. Hubiéramos querido conocer sus rostros sin sombras, fuera de las catacumbas y los túneles del «metro», saber de este noble pueblo sin verlo correr a la huida. Hubiéramos querido pensar que ningún mandatario abrigaba la guerra como la más perversa forma de resolver un conflicto. Hubiéramos querido llegar a casa a la noche y leer un buen libro y no clavarnos ante las terribles imágenes de un pueblo masacrado. El humano se vuelve a encontrar con un descomunal poderío bruto que avanza imparable desde el horizonte. En el momento en que escribo estas letras cientos de vehículos militares rusos se preparan para lanzar otra ofensiva sobre la capital de Ucrania. Dios salve a su población. Más pronto que tarde comiencen a desertar los conductores de esos tanques y blindados, los vasallos del atropello.

Nuestro «No a la guerra» es consciente de que Moscú es la caja de estos terribles truenos. Si las más oscuras fuerzas del mal atrapan al presidente ucraniano democráticamente elegido, si cae la valiente capital de Kiev, si sucumbe allí por la fuerza descomunal de la artillería rusa la democracia y los derechos humanos…, pueda una más que cuestionable equidistancia hacer su necesario examen de conciencia. Esta guerra tiene un claro origen y responsable. Ésta no es una liza entre Rusia y EEUU, éste es un grito de libertad del pueblo ucraniano cruelmente ahogado. No somos equidistantes ante la fuerza salvaje y la fuerza de la razón, no somos equidistantes ante la brutalidad del poderoso y el inmenso dolor de los invadidos y masacrados.

Ahora sí las últimas guerras, las últimas huidas a los refugios antiaéreos, las últimas madres con mirada perdida… Ahora sí los últimos Putins sin escrúpulos. La humanidad no necesite por mucho tiempo evolucionar con tamaño sufrimiento, con el látigo de los dictadores ambiciosos. Todo este dolor sorpresivo, a destiempo, inimaginable traiga su debida y masiva recompensa en forma de más luz, paz y conciencia.

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