Hombres o mujeres, los seres generalmente aspiran a grandes logros, a obras importantes. Cada uno de ellos, por una disposición interior desconsiderada, desprecia las pequeñas cosas.
Al obedecer nuestros deseos de grandeza, nos esforzamos por acercarnos a personalidades influyentes, reyes, presidentes, ministros, eruditos, filósofos… Gente de medios modestos, los consideramos con desdén, diciendo de ellos: «Son gente pobre, insignificante, ignorante, canallas…» En todas las áreas de nuestra vida, podemos ver nuestro desprecio por las pequeñas cosas y nuestra búsqueda de las grandes.
Recordemos, pues, a Cristo, que ordenaría a sus discípulos que no despreciasen a los más pequeños. ¿Por qué esta recomendación? Porque al despreciar a los más pequeños, ofendemos a los ángeles que los ayudan y los apoyan en el cielo.
Cuando queremos romper un tronco, preparamos pequeños y afilados dientes que, una vez hundidas, permitirán que las más grandes rompan la madera. Si hubiéramos querido empezar por usar unos grandes dientes mal equipados, ¿cómo podríamos haberlas hundido? Así es como las cosas pequeñas se preparan para dar paso a las grandes.
También en el mundo, los procesos evolutivos comienzan con logros mínimos que cometes el error de despreciar; es a ellos que todo el progreso del universo se debe. Decimos que el arado alimenta al mundo entero, que si el agricultor ha arado bien y segado su campo, dará una buena cosecha. Pero no debemos olvidar el papel de los miles de millones de pequeños gusanos que, también aran el campo para suavizarlo.
Al estar inconscientemente acostumbrados a despreciar a los débiles, ocurre lo que la religión nos predica: ¡Guardamos bajo la piel de las ovejas, los instintos del lobo! Y esta piel aparentemente inofensiva y suave no nos impide, tan pronto como surge la oportunidad, mostrar nuestros colmillos y sacar nuestras garras. No olvidamos nuestros viejos hábitos y si alguien nos causa el más mínimo daño, ¡lo llevamos rápidamente ante un juicio!
Puedo decir que todas las desgracias presentes que afligen a la humanidad, desgracias colectivas o particulares, se deben al desprecio en el que los seres humanos han tenido a las pequeñas cosas en el pasado.
Beinsa Douno.