Todo calla alrededor. El coronavirus ha detenido la poca vida de la aldea. La leña crepita en esta primavera de frío y lluvia cuando comienzo la lectura con ojos tan reverentes como emocionados. Siempre vuelvo al misterio cuando la primavera se vuelve triste y la nostalgia como la leña se moja y se abre y aflora el anhelo de saber más de nosotros, de nuestras innumerables primaveras, del mejor uso que podemos hacer de ellas. Vuelvo al Misterio cada vez que se agota el ajetreo y rebrota el deseo de encaminarse al corazón de cuanto late.
Me emociona poner el pie en el Templo de los Misterios, a sabiendas de que soy acompañado y guiado por excelsos guías. Concretamente vamos tras los pasos de Vicente Betrán Anglada en la línea de la Escuela Arcana, de Geoffrey Hodson de la Teosofía y del Maestro Omraam Mikhaël Aïvanhov de la Fraternidad Blanca Universal. La obra «Los nueve peldaños» de Anne Givaudan y Daniel Meurois contribuye también por supuesto a este esfuerzo coral de desentrañar el misterio de nuestra concepción y nacimiento.
No sé dónde y por qué pudimos sumarnos a tan singular exploración. Ya en la calle “¿Por qué te quieres ir?”, me puedo iniciar en nuevo menester, me lanzo a un nuevo libro, a un nuevo trabajo de popularización de la oculta sabiduría. Ya no reparo en los que físicamente se han ido, sino en los que están viniendo y vendrán. Ya brindé tres tomos diferentes al ocaso, ahora voy tras el origen. Ya no escribiré más sobre la llamada muerte, sino sobre la naciente vida.
Recién me he enrolado en la aventura más apasionante y no puedo por menos que compartir retazos. Anhelo presentar en términos asequibles y lenguaje didáctico el “Misterio del Nacimiento”, para las madres y padres que están llegando para que sepan que participarán en el supremo sacramento, en el más elevado compromiso. También está dedicado y dirigido a los que ya ejercen como tales, para que sepan de lo grande que fueron instrumentos.
Vicente Beltrán Anglada es uno de nuestros principales cicerones en este periplo sin par. Con él observaremos al alma que inicia el retorno a la encarnación tras el proceso devachánico. Deseo compartir esta aventura en la medida que en ella me voy adentrando. Éramos un óvulo de quinientos, éramos un espermatozoide de entre 500.000 mil millones y sin embargo estamos aquí delante de una pantalla de infinidad de luces intentando redactar nuestra tan desconocida y propia historia. ¿Qué puede ser esa historia sino de manos reunidas en agradecimiento? Antes de la investigación, antes de traspasar el umbral del Misterio, una oración, un silencio íntima y desbordada gloria…
De acuerdo a la Ley del Ritmo, al reposo sucede la actividad. ¿En qué consiste esa actividad que se desata tras el largo descanso celeste? ¿Queréis escuchar lo que los Grandes Seres y discípulos nos susurran al respecto…?
Es el Angel Solar quien despierta en nosotros el anhelo de nueva vida física. Llega un momento en que colmados de paraíso… “la visión del alma se orienta hacia el Ángel Solar, y de sus labios inmortales surgen nuevamente las palabras mágicas que son la esencia de todo sacrificio solar o cósmico: ‘Hágase tu voluntad’. El Ángel Solar que guarda en memoria infinita, el recuerdo de todas las existencias anteriores del alma a la que ‘arropa, protege y vivifica’, sabe desde siempre cuál ha de ser el nuevo destino. Las condiciones ambientales, la calidad del mecanismo que deberá ser empleado, el país en dónde deberá nacer, la posición social, están muy claramente diseñados en el nuevo destino que el Ángel Solar ha proyectado para el alma del hombre. Tal como se puede leer en los libros secretos de la ‘Logia Blanca’ ‘el Ángel Solar ve el fin desde el principio’” Vicente Beltrán Anglada.
“Allí, donde los Dioses esperan”
Recién nos descalzamos para penetrar reverentes en los brumosos dominios del Misterio. Esa actitud rendida será más necesaria que la mente analítica que de tanto diseccionar puede acabar con el asombro. Apenas comenzamos a levantar el velo del misterio del nacimiento y la fascinación nos inunda. Estudiamos y compartimos, pues el alma no quiere sólo para sí aquel asombro que le gana y desborda. Estudiamos y exploramos, pues ese anhelo de búsqueda no puede limitarse a la biblioteca cerrada, sino desbordarse en la creación inmensa, ya más íntima, ya más más abierta. Inundamos pues nuestro corazón del debido, del siempre pendiente agradecimiento antes del estudio.
Dice Geoffrey Hodson que la profunda reacción del corazón a la belleza de la Naturaleza interior y exterior, es la disposición de ánimo con que uno ha de acercarse al portal del templo de la Naturaleza y su interior santuario. “Allí dentro los Dioses esperan; los que carecen de edad; los sacerdotes perennes que sirven, desde la aurora creadora hasta el crepúsculo, dentro del templo que es el mundo natural.”
La exploración nos lleva de forma inevitable al reconocimiento de la presencia divina en todas las manifestaciones de vida. El mencionado clarividente neocelandés, uno de los más eminentes teósofos del siglo XX, pone voz a un reino angélico, paralelo e ignorado: «Es esencial creer en nuestra existencia… Detrás de todo fenómeno encontrarás un miembro de nuestra raza. Ha de darse a conocer la presencia de nuestras huestes invisibles… Es importante el incremento de seres humanos capaces de ponerse en contacto con nosotros. El método más fácil para ello es el amor a la naturaleza. Quienes deseen encontrarnos tendrán que aprender a intimar mucho más que lo que habitúa la humanidad en su conjunto. Además de una captación más honda de la hermosura de la naturaleza deberá evidenciarse esa reverencia hacia todas las formas y modalidades, hacia la totalidad de sus múltiples manifestaciones.”
No eran las cigüeñas, eran los ángeles. El protagonismo de los ángeles en el trabajo de construcción de los cuerpos humanos es absoluto. El mundo angélico está también jerarquizado. A la cabeza de los “trillones” de elementales que construirán nuestro cuerpo físico se encuentra el deva del cuerpo físico o deva constructor. Es el “jefe de obra”, pero también el cuidador, el guardián de la “obra”. Más de uno encontrará cristiana tranquilidad si le denominamos “ángel guardián”. Los clarividentes lo ven alrededor de la madre que está en proceso de gestación de la nueva criatura.
Nos talla el futuro, pero también el pasado. Nos modela nuestra aspiración, pero también nuestra deuda. Pasado y futuro se reúnen sobre la mesa del «Indesing» angélico. Dicho de una forma más precisa y de acuerdo a Vicente Beltrán Anglada, al diseñar la nueva forma física, el ángel guardián actúa conforme a un diseño del Alma Solar y conforme a unos condicionamientos kármicos. Según el esoterista catalán los también denominados devas mensajeros, por mandato de los Señores del Karma, son los que seleccionan a los padres que kármicamente deben intervenir en el proceso físico de creación del nuevo cuerpo.
Vuelven a susurrarnos “las huestes invisibles”. Nos invitan a acercarnos a su mundo mágico y a ir acrecentando nuestra unión y cooperación con ellas: “Habréis de vivir un sentimiento vivo de unidad con la naturaleza hasta que puedas descubrirte en cada árbol, en cada flor, en cada hierba, en cada nube que pasa y comprender que las múltiples diversidades que constituyen un valle, un jardín o un vasto paisaje montañés, marino o celeste son tan sólo manifestaciones del Yo Único que mora en ti… Una vez conseguida esa comprensión estarás en el umbral de nuestro mundo, habrás aprendido a ver con nuestros ojos, a conocer con nuestras mentes, a sentir con nuestros corazones…” El texto es también de Geoffrey Hodson.