El deseo colocado en la naturaleza humana

Algunos… digamos «filósofos», querrían eliminar en el hombre el deseo de poseer siempre más. Tampoco eso es posible, nunca lo conseguirán, porque es la propia naturaleza la que ha colocado este deseo en el hombre, y si no es en el plano físico, lo es en el plano afectivo o en el plano intelectual. En cualquier plano que se le considere, el hombre se siente empujado a enriquecerse de alguna u otra forma. Por consiguiente, querer poseer siempre más es algo completamente normal. Y, ¿cuándo empieza esa tendencia a ser anormal? El organismo nos lo dice de una forma tan clara que ningún filósofo puede objetar nada. Si diese mi opinión personal, todo el mundo podría decirme: «Pues no, según mi parecer no es así, Según yo… » Y no se acabaría nunca. Por lo tanto, no voy a manifestar mi opinión, sino el de la naturaleza universal: trato siempre de encontrar a través de sus obras cómo ha resuelto el problema. Puesto que entonces no se trata de mi opinión personal, todo el mundo se ve obligado a reconocerlo.

Entonces, veamos, ¿está permitido amasar riquezas? Naturalmente. ¿Qué hace el estómago cuando le dais alimento? Se lanza sobre él, lo transforma, toma lo que le es necesario, pero todo lo demás lo envía a otra parte, no lo conserva para sí. Lo que recibe, no sólo lo utiliza para sí, sino que lo trabaja y lo distribuye inmediatamente por todo el cuerpo. Después de algunas horas, cuando siente otra vez un vacío, vuelve a alimentarse y todo vuelve a empezar. Y gracias a esa distribución impersonal, a ese desinterés, el hombre se encuentra en buen estado de salud, habla, anda, trabaja, canta…

Supongamos ahora que el estómago dijese: « ¡De ahora en adelante lo guardaré todo para mí! ¿Por qué voy a seguir dando a todos esos idiotas? ¿Y si hubiese carestía? Nunca se sabe lo que puede deparamos el futuro. Tengo que alimentar a mucha gente y es preciso que me abastezca.» Acumula, acumula, y cae enfermo. ¿Por qué? Porque no se ha respetado la ley de la impersonalidad, de la fraternidad. Los médicos hablarán de obstrucción, tumor, cáncer, de lo que quieran… Lo mismo sucede si los pulmones, la cabeza o el corazón empiezan a retener para sí.

Todos los humanos son como las células de un mismo cuerpo, e incluso hay muchas más células en nuestro organismo que seres humanos sobre la tierra – nuestro cerebro contiene, él solo, varios millares de millones -. Entonces, ¿a qué se debe el que todas las células del cuerpo se ayuden mutuamente y vivan fraternalmente, y que los humanos sean tan estúpidos que no lo consigan? Si pudiesen realizar esta fraternidad universal, habría una prosperidad tal que los países y los individuos no sentirían ya la necesidad de acumular riquezas y protegerlas, porque habría de todo para todo el mundo. 

Omraam Mikhaël Aïvanhov.

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