Dignas colas


Hay virus que tiran el pan bien encajado bajo el brazo. Las crisis y las guerras se encargan de llevarnos, al anunciarse otro día carenciado, a esas formaciones decorosas. Para completar  nuestra aventura en la Tierra, nosotros/as también tendremos que vivir ese  agujero en el estómago. Aunque sólo sea para hacer  nacer un corazón  solidario, habremos de  sentir esa hambre desnuda, sin chicle de fresa, ni anestesia de limón. 
Para completar  nuestra experiencia vital sobre esta bendita escuela de conciencia que es nuestro planeta, una mañana vestiremos  gafas  negras o nos taparemos con una ancha capucha. Clavaremos en el asfalto nuestra mirada pudorosa. Llamaremos con tímidos nudillos a una de esas ventanillas generosas. 


En alguna  vida, no necesariamente en ésta, nosotros/as  también nos pondremos a esa cola que apellidan del hambre. Una fría y temprana mañana  rodará, especialmente ruidoso, nuestro carrito y no iremos al supermercado, no pasaremos  por ninguna  caja  registradora. Sobrarán los códigos de unas barras siempre dispuestas a separarnos. 
El agujero del hambre  nos unifica. El supremo respeto  que les otorguemos a quienes  ahora les “toca” hacer la cola,  es el que a nosotros mismos nos debemos. Nadie busque votos para su carrera política contra esas colas dadivosas. 
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Da gracias a Dios si ningún  color  te resulta  familiar, si no dejaste  tu carrito en esa cola u otra semejante; si fuiste a un supermercado y pagaste de tu bolsillo; si llenaste tu despensa poco a poco  en los pasillos de toda la vida. 
Da gracias a Dios y a quienes están al otro lado de las rejas, a quienes se han colocado la vacuna que en verdad nunca falla, la que proporciona inmunidad sin falla, ni tiritonas; a quienes  han hecho de está  situación una bendita oportunidad de solidaridad y entrega al prójimo. 

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