Parece que no estuvieran en nuestra programación de vida, pero también es preciso acogerlos, incluso abrazarlos. A cada quien le llega su cuota más o menos abultada de contratiempos, de disgustos no esperados. Un proyecto que se frustra, un trabajo que se suspende, una viaje que nunca arranca… La vida es una continuidad de sorpresas, sobre todo en estos tiempos confusos. Esta hora pareciera también destinada a confundirnos, a sacarnos de nuestra paz, a adherirnos al grito de protesta y no aceptar.
Pero nosotros aceptamos con nuestros billetes en la mano que no sirven, con nuestras mochilas siempre preparadas, con las ilusiones que se atrasan, con trabajos y proyectos que se nos burlan. Aceptamos, nos preparamos un té bien cargado, encendemos un incienso, ponemos buena música. Sorbemos poco a poco la taza frente a la montaña que jamás se inmuta. En el fondo sabemos que todas estas pruebas vinieron para minar nuestra ancestral rebeldía, para graduarnos.
No cogemos el teléfono. Vencemos la tentación y no vaciamos el malestar en el auricular. No cargamos con quien anuló el acuerdo de días con un whasap de segundos, con quien nos dejó en tierra, con quien no se dignó siquiera a decirnos que todo lo hablado no servía para nada, que será para más tarde, que acontecerá en otra dimensión o sencillamente no será…
Aceptamos el desconcierto, pues seguramente en otro tiempo también nosotros desconcertamos. Si no fue así, si no había saldo pendiente, nos quedaremos sin nueva oportunidad, sin nuevo proyecto, sin nuevo horizonte, pero por lo menos con una alma en paz, con un corazón vacío de rencor, con un espíritu siempre abierto a un nuevo vuelo, a una nueva esperanza.