Los justos buscan el honor y la estima, los conflictos los afligen y los hiere en su dignidad; ellos se han elevado hasta la cima más alta de la vida de la personalidad y por esta razón sufren tan dolorosamente cada ofensa dirigida a su personal dignidad; buscan el reconocimiento, la aceptación y el respeto por todo cuanto hacen. Sólo el discípulo no busca riquezas externas, ni compasión, ni apoyo, ni honores. E1 no provoca daños, ni cae en tentación, ni conoce ofensas. El se alegra en las dificultades, pues sabe que ellas inevitablemente proceden de las cuatro corrientes colectivas que circulan en el mundo. Considera cada conflicto como un augusto problema que debe resolver. Piensa y actúa así porque ya pasó la etapa de la autoabnegación. Él ya ha emprendido la vía del discípulo, después de haber trascendido los estados anteriores.
Si me preguntaran cuál es el ideal del discípulo, diría: Este ideal es el amor, la luz, la paz y la alegría del alma. Este no es un ideal que deba ser alcanzado en un lejano porvenir. Se lo puede lograr ahora. Nada diría sobre la sabiduría y la verdad, pues para ellas llegará otra época. N o son éstos los tiempos. Ahora los discípulos necesitan del amor. Mas no del amor sin luz, ni luz sin paz, ni paz sin alegría. Estas cosas están unidas las unas con las otras en un todo.
El amor, la luz, la paz y la alegría, a los que yo me refiero. no se manifiestan en la vida de las personas comunes de hoy: Estas cosas son del patrimonio exclusivo de los discípulos, pues éstos son los únicos canales conductores de sus fuerzas y los únicos que pueden expresarlas en su vida. Se entiende, que yo sólo menciono esas amplias regiones en las que el discípulo va penetrando. Esto significa una elevada y profunda ciencia, cuyo estudio exige siglos de esfuerzo.
El amor es un mundo infinito, pleno de belleza. Apreciar el amor en su gradual desarrollo y manifestación, partiendo del mundo físico para pasar por el mundo espiritual y llegar al mundo divino, es una cosa inefable, así como lo es la apreciación de la paz y la alegría. Estas son regiones que debe atravesar el discípulo, observando y estudiándolo todo a lo largo de su ruta, hasta el límite final de su vida de discípulo, después de lo cual comenzará a estudiar la augusta vía del Maestro. Recién entonces alcanzará aquella gran comprensión del amor, y llegará a esa profunda captación de las causas que crearon el Universo y de las razones que inducen a los Maestros para trabajar entre los hombres.
El amor, la luz, la paz y la alegría son los frutos del Espíritu Divino. El discípulo debe alimentarse con esos frutos. El primer fruto que debe probar es el amor, pues él trae consigo la vida eterna.
Quien quiera encontrar la vida eterna, la vida que extrae su fuente del amor, debe retornar al Árbol de la Vida, debe abandonar los caminos que transitan los hombres del Antiguo Testamento, del Nuevo Testamento y los justos, para penetrar en la vía del discipulado. ¿Recuerdas el versículo en el que Cristo dice: «Ve, vende lo que tienes, dalo a los pobres y luego ven, sígueme»? Yo les digo ahora a los que quieren seguir la vía del discipulado: Libérense de la vida vieja y vayan junto a su Maestro, que él los acogerá. Mas, cuídense de acercarse a su Maestro antes de haberse desposeído de las riquezas de la vida vieja. Si se presentan ante él con los adornos y joyeles de la vida del Viejo Testamento, del Nuevo Testamento y del justo, el Maestro les sonreirá, pero cerrará ante ustedes las puertas de su Escuela, pues el discípulo debe tener una sola idea de la vida y no dos.
Recuerda: el amor, la luz, la paz y la alegría comprenden la vía natural del discípulo. Se puede dar vuelta al mundo preguntando en cada una de las escuelas, a todos los grandes Maestros que llevan la Palabra de Dios, y todos indicarán esta vía, pues todos comparten el mismo concepto divino que determina cuál es la vía del discípulo, vía que siempre es la misma.
Desde el momento en que el discípulo comience a dar el primer paso en el camino del amor, las puertas de su intuición se abrirán y todo el saber de los siglos transcurridos, así como todos los conocimientos del presente y del porvenir, comenzarán a fluir hacia él de una manera perfectamente natural.
En verdad, existe una vía aún más sublime que la del discípulo, pero será después de haber recorrido la vía del discipulado cuando el hombre verá abrirse ante sí la sublime vía del Maestro. Esa vía es la de la sabiduría, el más arduo de todos los caminos.
Y ahora, no olvides una gran verdad: En el mundo hay un solo Maestro y todos los Maestros provienen de Él. En el mundo hay un solo Maestro y todos los discípulos provienen de Él.
Quienes quieran emprender la vía del discipulado, deben demostrar ciertas cualidades. Pero hay cuatro cualidades esenciales. Ellas son:
Absoluta honradez.
Bondad.
Inteligencia.
Nobleza.
El discípulo debe tener un alto ideal y ha de seguirlo sin desviarse. Este ideal ha de llevarlo hacia el conocimiento, la libertad y el amor que le permitan alcanzar las cuatro cualidades indicadas.
Peter Deunov