“Primero ganar la guerra, después la revolución…”, clamaban los comunistas en el 36, pero mucho me temo que los “comunistas” de hoy, los valedores del orden imperante de uno u otro signo, una vez ganada la guerra contra el virus con la artillería gruesa del pinchazo, se les olvide las ganas de hacer la “revolución permanente” de lo verde, sencillo y solidario con toda forma de vida.
Si la vacuna es la gran panacea, la exclusiva solución al actual y devastador mal, a la crisis planetaria sin precedentes generada por el coronavirus, nos ahorraremos todos los interrogantes, pero sí algo necesita nuestra civilización es mayúsculas e impostergables preguntas que la cuestionen. Los poderosos interrogantes son hoy esperanza de futuro. “Hemos construido esta fragilidad que hoy padecemos juntos…“, nos recuerda desde México el doctor Gabriel Bertono. Nuestra vulnerabilidad es el valioso, que no novedoso, reporte que nos ha traído el coronavirus. Algo tenemos por agradecerle. Conviene en este caso matar al mensajero, pero también escuchar lo que nos pretendía expresar, atender a su impagable lección. Procedería detenernos en el origen y causas de esa fragilidad, antes de echar a correr con ella encima, en la misma dirección de antes.
Sin embargo, buena parte de la sociedad no está interesada en frenar ritmo y leer el mensaje del virus COVID-19. Cuanto antes había que salir del aprieto y seguir como antes y volver a abrir las mismas tabernas, las mismas fábricas, agroindustria y macrogranjas, la misma sociedad…, cuanto antes y que no cambiara nada. Pero el coronavirus nos ha susurrado el aviso de la fragilidad, la carencia de futuro de lo construido. Somos frágiles porque vivimos entre cemento, ingerimos productos sin vida, no pisamos tierra, pasamos horas y horas ante las pantallas y nuestras mentes no se proyectan hacia sus alturas.
Somos cada vez más frágiles y vulnerables porque hemos destruido la naturaleza, nuestro entorno de Vida. En vez de reorientarnos, en vez de analizar qué hemos hecho de forma errada, contraria a la ley natural, buscamos soluciones puntuales, parches en las ruedas colectivas, para poder proseguir por el camino equivocado. La vacuna sólo nos puede sacar muy puntualmente de esa fragilidad. Salir de ese permanente estado de vulnerabilidad implica sin embargo volver a la naturaleza y al sentido elevado de la existencia. Viviremos colectivamente más fuertes, felices e inmunes, si retornamos a la cotidianidad, sencilla y natural, por ende solidaria.
Si sólo vamos a la farmacia, a por la vacuna, nos estaremos engañando. ¿Por cuánto tiempo podremos seguir burlándonos a nosotros mismos, por cuánto tiempo eludiendo las verdaderas razones de este padecimiento que nos aqueja como humanidad? ¿Sólo había un corredor hasta la farmacia o había una salida más responsable y largoplacista hacia un replanteamiento de nuestro “modus vivendi”, hacia el aire limpio, lo verde, lo respetuoso…? ¿Había otro “exit” más luminoso y parpadeante hacia la vida más en pequeño, pura y sostenible, hacia el reencuentro con la creación de la que formamos parte?
India, Nepal, Brasil… como no podría ser de otra forma en estos momentos en nuestro corazón. Hay muchas vidas ahora mismo en peligro y en esas situaciones extremas, siempre lo más importante ha de ser la salvaguarda de la salud física en peligro. Buena parte de la comunidad planetaria está implicada en una apuesta global de apresurada inmunidad que no cuestionaremos. La urgencia demanda salida radical, pero nuestro país ha salido ya de zona roja. Las UCIS se vacían de los enfermos que tumbó el virus.
No cometeremos, de cualquier forma, la irresponsabilidad de poner piedras en el camino de la farmacia y su vacuna, pero nuestras pequeñas luces, nuestra limitada mente alumbrarán otra senda. La farmacia atenderá a nuestra urgencia, pero no a nuestro futuro. Nuestra inmunidad colectiva no depende sólo del pincho en el hombro más o menos fornido, como se nos quiere dar a entender, sino también de retomar pautas saludables de vida para nuestro cuerpo, mente y espíritu.
La disyuntiva de vacuna o muerte y desolación es engañosa. La vacuna, no exenta de consecuencias, puede sacarnos puntualmente de un apuro, pero también ahondar en esa aludida fragilidad, evitar ir al fondo del problema y por lo tanto que podamos apuntar hacia su salida verdadera. Con la vacunación masiva se elude cuestionar nuestra forma equivocada e insostenible de vida. Saldremos de la fragilidad volviendo a una “normalidad” en armonía con cuanto late, volviendo a una “normalidad” austera, ghandiana, en comunión con los elementos. Saldremos de la fragilidad encontrando nuestro lugar en la Creación, volviendo a nuestra condición de amantes y servidores de ella, ya nunca más sus expoliadores y devastadores.