Somos algo de esos ancianos que retornan esposados a su patria. Somos el brigadista de paso corto y pelo encanecido. Somos también el presidente Aldo Moro humillado y muerto en ese Cuatro L, el carabinieri acribillado, los empresarios cruelmente asesinados…
«El plomo italiano se cotizaba más que el autóctono. La lucha armada allí tenía un aire más romántico, más mediterráneo. Los muertos quizás por lejanos, los tiros quizás por inaudibles hallaban pronta y fácil justificación. Fuimos hasta Roma en auto-stop a finales de los setenta. Dormimos bajos sus puentes junto aquella variopinta tribu en la que estaba todo el espectro de la extrema izquierda , desde las formaciones más severas y leninistas, hasta las de perfil más libertario como “Autonomía operaria” o libertario como los de “Indiani metropolitani”.Paseamos por sus grandes avenidas con aquello de “Rosse, Rosse, Rosse, Brigate Rose…”.
Aquellas violentas proclamas juveniles nos otorgaban una orgullosa fantasía de poder y el mundo de los mayores se plegaba ante nuestro avance amenazante. Cuando un buen hombre, por nombre Aldo Moro, apareció muerto en el portamaletas de un coche, ni ápice de compasión saltó a nuestros labios, más bien lo contrario. Gracias a Dios no tardarían en tirarnos del caballo camino de otra capital por nombre Damasco.Haber transitado la noche, no proporciona más rumbo cuando clarea, si es caso remordimientos. Crece el consenso en Italia para no ensañarse con los terroristas italianos de los ochenta refugiados en Francia. Prevalece el criterio de construir la verdad histórica y profundizar en el arrepentimiento de los encausados para borrar las heridas.
Macron ha clausurado el santuario que ha durado muchas décadas. Están volviendo, extraditados los violentos militantes italianos de los ochenta refugiados en Francia. Nada progresa, quizás retrocede la historia encerrando a unos ancianos, muchos de ellos enfermos. Estamos volviendo de nuestras noches, estamos todavía encontrando nuestro lugar en el presente. La sed de venganza hoy no malogre el retorno de esos abuelos. Toda aquella rebeldía ya se cobró su enorme cuota de frustración y fracaso.
No hay ninguna nostalgia. Nuestros Erasmus sólo fueron fugaces paseos por avenidas de batallas en ciudades extrañas. No sé por qué nacimos en esa hora, por qué elegimos dura confrontación, por qué la refriega llamaba más que la biblioteca. Somos algo de esos ancianos que retornan esposados a su patria. Somos el brigadista de paso corto y pelo encanecido. Somos también el presidente Aldo Moro humillado y muerto en ese Cuatro L, el carabinieri acribillado, los empresarios cruelmente asesinados… Somos los unos y somos los otros. Estamos despertando de entre el barro y el mal olor de la trinchera.
Todo se lo debemos a un poema que en un monasterio budista cayó en nuestras manos; todo se lo debemos a ese “Llamadme con mis verdaderos nombres…” de Thích Nhất Hạnh que un día encontramos de vuelta a Casa en medio del errante sendero.