«Pedid el Reino de Dios y su Justicia», ha dicho Jesús. Y como el Reino de Dios es una monarquía, todos los países del mundo deben organizarse según la imagen del universo en el que Dios es el rey. Yo no digo que en la hora actual las monarquías sean más adecuadas que las repúblicas, no; hablo en principio. Cuando el estómago es ciego, no se le debe dar el gobierno; y cuando la cabeza es innoble, tampoco se le debe dar. Sin embargo, entendedme bien, estoy hablando en principio. Que el pueblo gobierne, de acuerdo, ¡pero con la condición de que esté iluminado! Si no está iluminado, no debe gobernar. Y si la cabeza está confusa, es ignorante, cruel, ¡que tampoco gobierne! Por otra parte, a menudo es la cabeza la que produce más destrozos y no el estómago. Hablo, pues, desde el punto de vista simbólico, y en el plano simbólico todo está claro, es matemático.
Ser un verdadero aristócrata no consiste solamente en poseer un nombre, antepasados, títulos de nobleza, tierras, sino en demostrar uno mismo sentido moral, generosidad, fuerza de carácter. Si el gobierno democrático ha acabado por prevalecer casi en todo el mundo, se debe a que la aristocracia se ha comprometido. Desgraciadamente, la supresión de los reyes, de los emperadores y de los zares no ha hecho automáticamente más felices a los pueblos. Porque muchos de los que han tomado el poder, incluso en los países comunistas, repiten los crímenes de los antiguos señores, y de ahí que se produzca una nueva revolución. De nuevo serán destruidos, porque no están a la altura requerida: han olvidado que abolieron la monarquía y los nobles para que reinara un ideal de fraternidad y de justicia. Con el tiempo todo se olvida, todo se materializa, todo se envilece… Como la Iglesia, que ha olvidado los principios del amor que Jesús le había dado y se ha materializado más y más a través de los siglos.
Omraam Mikhael Aivanhov. El egregor de la Paloma.