Hay palabras que definen acertadamente el muy singular momento que estamos viviendo. Éstas podrían ser confusión y complejidad. Ambas palabras nos conducen por igual a adoptar una posición de supremo respeto para con las diversas opiniones y criterios que afloran en medio de esta crisis. No debería ser de otra forma.
No sabemos de aerosoles, de su vuelo y alcance, de su capacidad de hacer mal en razón de dónde aterricen. Somos más de metafísica que de física. Sólo intuimos las capacidades inherentes al alma, sólo sabemos algo de nuestro potencial de comprensión y afecto por encima de nuestras diferencias.
La diversidad nos ha de conducir necesariamente a la tolerancia y benevolencia, aún cuando pensemos que tenemos todas las cartas buenas, que todas las soluciones están con nosotros y los demás están equivocados. Hay diferentes formas de solucionar el problema del COVID 19 y las compartamos o no, tenemos que pensar que las medidas que unos adoptan y que otros quisieran adoptar, están guiadas por la buena voluntad.
Siempre defenderemos el retorno a la Madre Naturaleza, su armonía, sus leyes y ritmos; la vuelta a la vida natural como el camino más razonable para recuperar nuestra salud y poder defendernos mejor de las enfermedades y pandemias. Sin embargo respetaremos a quienes no comparten criterio. Es preciso también comprender a quienes han dado paso al temor, a quienes marcan exigente distancia aún en entornos naturales, a quienes están deseando que llegue la ansiada vacuna para poder dormir tranquilos…
Esta pandemia tozuda, que desea perpetuarse más allá del turrón y el Belén, traiga cuanto menos su debida recompensa en forma de mayor y mutuo entendimiento colectivo.
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Comprendo y acepto a uno y otro mundo, a una y otra esfera. Encuentro a mis hermanos en una y otra cultura, ya la que confía, ya la que recela. No tomo partido. Quiero estar detrás de todos los rostros ya embozados, ya desnudos. Me pesa el momento que vivimos, no la mascarilla.
Se apodera de mí una profunda comprensión y siento que mi vida, que nuestras vidas es un caminar hacia esa comprensión cada vez más abierta y generosa. Estoy convencido de que nuestra verdadera vacuna es nuestra mutua comprensión, también el entendimiento de que la Tierra es nuestra Madre y debemos cuidarla.

El COVID nos da la oportunidad de abrirnos al otro, de ser más con él, con ella y sus preocupaciones. He “evangelizado” demasiado, pero ya no deseo convencer a nadie, si es caso «contagiar» el virus de esta paz que cada vez más me gana y se me apodera, este sonoro silencio que me vence, esta comunión con todo, con todos que brota del alma. La culpa es de esta joven llama de otoño a mi vera. Ojalá al salir de nuevo al mundo con nosotros esa paz, esa comprensión que aquí alcanzamos tan fácil junto al fuego de la chimenea.
- Imagen del museo Instagram del Coronavirus