LA MADONNA

La búsqueda de Dios es una búsqueda de la verdad, la justicia, la unión, la solidaridad humanas… También lo es de la belleza en todos los ámbitos, en todos los entornos, en todas las dimensiones, por supuesto también en todos los rostros. Los ojos de una mujer te pueden llevar a Dios. Sí, al único y al Mismo, no a sus aledaños. Dependerá del signo de tu mirada. Si es de rendición, de agradecimiento, de pureza podrás llegarte a Su Vera. Constituye un vía  directa. 

Los varones necesitaremos reunir los ojos más puros y admirados. El sagrado femenino nos invita a  la mirada más elevada y desapegada que podamos abrigar para ponernos a la altura de ellas, para desaparecer en la contemplación desapegada. ¿Cómo observar y no bendecir? ¿Cómo contemplar y no remitirnos a Su Origen, no sentirnos infinitamente agradecidos? ¿Cómo no desembocar en esa infinita Inteligencia y Amor detrás de toda la Creación? ¿Cómo ser yo también desde mi manifestación masculina, desde mi encarnación como varón esa belleza, pureza, armonía…?

El discípulo avanzado, Nicholas Roerich, la pintó sobre el lienzo, tal como se aprecia en el cuadro, pero nosotros deberemos seguir dibujándola en el tejido más etéreo de nuestra imaginación. Cuando a la belleza se le suma la ternura, el abrigo, la acogida, la pureza… surge la Madonna. La humanidad en su duro progreso ha urgido de la Madonna en todos los tiempos y geografías. Las Vírgenes de todos los lares han representado una invitación a la más elevada mirada, una ventana a la esperanza a menudo entre las rocas de la angustia. Ahora tienen la osadía de dejar sus hornacinas, sus altares y caminar junto a nosotros. Bajan de sus rocas, de sus grutas en la historia y se colocan en una sorpresiva e inquietante cercanía.

El encanto del mundo no se vende por unas gotas de alcohol. Si ella quiere llegar “sola y borracha a casa” se acabará toda la magia, la de ella, la de la pareja, en realidad la de la entera creación. Necesitamos  referentes que no se tambaleen en nuestro íntimo altar. El Gobierno con sus tristes campañas, con sus eslogans errados nos aleja de la magia. No protestaremos, pero a nosotros nos toca seguir  buscando y glosando a la Madonna. Si una noche ella bebe, si ahoga algo en una copa, tiene todo su derecho, pero no lo canta.  

La “educación de género” de nuestros días no se ha detenido ante la belleza desbordada. No ha respirado ante ella. La ignora a ella y a su misterio insondable. Nos aleja de la Madonna, del sagrado femenino, pero los poetas tenemos la obligación de seguir cantando a las Madres del mundo. Al fin y al cabo Ellas nos han salvado, al fin y al cabo querremos cumplir con nuestra humilde parte, sumar a la salvación de nuestra entera, bendita y querida  humanidad.

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