Es posible que ésta sea la causa, pero también la causa puede ser otra. Frecuentemente, el niño más obediente es amado por su madre, porque ella ve en esa cualidad algo que en los demás no existe. La madre ve en el rostro de su amado niño una piedra preciosa que algún día se perfeccionará y será apreciada por todos.
Muchos son los motivos que hacen que uno pueda ser amado. Hoy amas a un hombre por el pan que te trae o por el dinero que puede darte, así como por el conocimiento que recibes de él. Pero mientras ames a alguien por lo que recibes de él, tu amor no es verdadero. Para el verdadero amor esto carece de importancia, puesto que sólo puede ser dirigido hacia el auténtico hombre, es decir, hacia la substancia inmutable y eterna.
Tú dices que el jardinero ama el árbol por los frutos que da. Esto puede ser verdad, pero este amor es muy pequeño. El verdadero jardinero ama al árbol con frutos o sin ellos.
Generalmente se suele confundir al hombre con la casa que habita. Su casa, o sea, su cuerpo físico, es valioso pero temporal. Hoy está, pero mañana no. Sabemos que el cuerpo está sometido a constantes cambios. ¿Cómo, entonces, podrás amar algo que constantemente cambia? No es posible conocer aquello que cambia de continuo, y si no lo conoces, no lo puedes amar. El propósito de cada hombre es conocer la parte interna y mística del amor. Quien alcanza este amor no necesita hablar demasiado. Acaso, ¿es preciso que le digas a una piedra preciosa que la amas? Tú colocas esta piedra en una caja, la cierras y la pones a resguardo, sin decir a nadie lo que haces. Si hablaras mucho sobre esta piedra, seguramente podrías perderla. Del mismo modo, cuanto más hables del amor, más le restarás valor. Si amas, hazle un bien al ser amado, destaca alguna de sus virtudes, sin decirle que lo amas. Si se lo dices, el amor se esconde.
Peter Deunov.