Si supieran quienes apedrean autobuses de repatriados desde China, quienes increpan en la calle a honorables ciudadanos con rasgos asiáticos, quienes marginan a sus hermanos de ojos estirados porque un virus arraigó en el lejano Oriente, quienes muestran racismo por la epidemia desatada…, que la esencia de la vida era precisamente eso, acercarse a la frente caliente, al cuerpo que tirita, que con sus actitudes de psicosis descontrolada se están perdiendo la esencia de la vida.
Las situaciones límite siempre nos alcanzan con la finalidad de probarnos. ¿A saber por qué aterrizó el bichito…” ¿A saber dónde están ahora quienes han “muerto” cuidando esos enfermos? Han despertado en lo inconcebible. Hay una singular gloria reservada a quienes todo lo dan.
Si supieran que la acogida al enfermo que contagia, que el arriesgar tu propia salud, que morir por tu hermano es antesala de vida eterna. Si supieran que no hay ojos para ver, ni imaginación para explorar el tan desconocido, como sublime cielo que aguarda a quienes practican esa suerte de heroísmo de bata blanca.