El humano no deberá por mucho tiempo seguir mirando para otro lado como si nada pasará. El animal siente y padece con el maltrato. El animal no debe seguir siendo torturado en la macrogranja. Por ello, más pronto que tarde, deberíamos empezar a prescindir de la ganadería industrial. Por ello se agradecen voces valientes como la del Ministro de Consumo que ha levantado una tormenta mediática de grandes dimensiones. Los intereses concitados en torno a la industria de la carne son también de parejo tamaño.
Virulenta cruzada contra Garzón que ha incorporado a ganaderos, industriales, veterinarios y hasta gobiernos autonómicos: “Ha hecho un daño terrible, debe dimitir o ser destituido…”. Su grave delito ha sido cuestionar la macro industria del dolor y la muerte. Dicen los del sector que cumplen estrictamente la legislación, pero resulta que la ley bendice el sufrimiento y la tortura a una escala mayúscula. Si nos comprometemos con el desarrollo humano, esa ley habrá de ser cuestionada, lo mismo que en su día cayó la ley que protegía la esclavitud, afirmaba la segregación racial o negaba el voto a la mujer.
Muchos se sienten agredidos en sus intereses por las atrevidas declaraciones a un periódico británico por parte del político de Izquierda Unida, pero pocos reparan en el dolor inmenso y diario que se origina a millones y millones de animales enjaulados, hormonados, atiborrados de antibióticos, tratados como simples máquinas productoras de carne o de leche.
Harán falta más Garzones, más políticos osados dispuestos a poner en riesgo sus puestos por proclamar la verdad. Una civilización sustentada, en importante medida, en el sufrimiento animal, empieza a ser cuestionada desde las propias entrañas de un gobierno progresista. Es sin duda un paso adelante, por más que cueste caro a los pioneros que se atrevan a sobrepasar líneas rojas, en este caso a cuestionar las inmensas uralitas que esconden macroinfiernos. En este sentido, no deseo aventurarme en otros, será preciso reconocer que la coalición morada está cumpliendo algo de su papel de acicate de real progreso.
En su interminable ascenso evolutivo la humanidad ha de discernir entre sus hábitos aquello que ha de ir poco a poco dejando atrás. Quisiéramos más dirigentes a la vanguardia de ese progreso. Cedan por lo tanto las proclamas voraces y faltas de la debida responsabilidad. Mientras que Sánchez disfruta de su “entrecot”, la carne devora igualmente buena parte de nuestro aire limpio. En general, los productos animales producen entre 10 y 50 veces más gases de efecto invernadero que los vegetales. Según la FAO el sector ganadero es el responsable del 18 % de todas las emisiones de gases de efecto invernadero. Esto es equivalente a lo que emiten todos los coches, trenes, barcos y aviones juntos. La carne se lleva el 70% de los suelos agrícolas del mundo y del 30 % de la superficie terrestre del planeta. Constituye además la primera fuente de contaminación de las aguas. Si realmente deseamos combatir el cambio climático, habremos de empezar a sacar de nuestro menú el “entrecot” o cuanto menos reducir su ingesta.
Toca dar un paso adelante como comunidad. No podemos desatender este nuevo reto evolutivo humano, por muy inocentes que se nos presenten las bandejas del sufrimiento en los grandes supermercados. No deseamos dañar ningún interés, sino sembrar conciencia, salud y sostenibilidad. No vamos contra nadie, vamos en favor del bien en un sentido que clama abarcar, junto a la humana, a la condición animal. La civilización avanza y es preciso ya que, dentro de los términos de vida y respeto, comencemos a incluir a esas benditas criaturas que se nos otorgaron en defensa y custodia, no para cruel aprovechamiento.