Las fuerzas ocultas no son fuerzas ciegas, son ignoradas. Lo que no percibimos con nuestros sentidos no está sujeto al azar. El azar es una invención al igual que la llamada muerte. Organizamos nuestras vidas, edificamos nuestras civilizaciones sobre premisas confundidas, sobre patrones sin base. Nuestra civilización materialista no tiene recorrido, pues ignora la Vida verdadera y su inconmensurable poder recreador.
Dios nunca frecuentó casinos, ni jugó a los dados. Podemos seguir calificando a las fuerzas de la naturaleza como «ciegas», cuando no sabemos por qué se agitan; podemos seguir hablando de «buena suerte» cuando la vida nos sonríe o de «mala suerte» cuando algún percance nos alcanza; podemos referirnos a la muerte como el final, como esa “tema fatal”, como ese “problema irremediable”…, podemos seguir en la ficción o podemos despertar a la nueva conciencia. Podemos concluir que hay un orden superior y perfecto que no deja ningún lugar a lo “ciego”, a la “suerte”, menos aún a la mal llamada «muerte».
Ningún fenómeno se desata con un pañuelo que tapa sus ojos. Pueden ser los nuestros que permanecen cerrados. Ya lo dijo Vicente Beltrán Anglada que no existe las “fuerzas ciegas de la naturaleza”, que hay todo un mundo dévico (angélico) que acciona todos los fenómenos atmosféricos y geológicos, un linaje paralelo a su vez sujeto a las entidades del karma, pues no puede sobrecaer sobre nadie ni un beneficio, ni un pesar gratuito. No existen la fuerzas ciegas, pero nosotros sí podemos permanecer ciegos, hasta que clareemos nuestros días, hasta percibir ese orden subyacente que sostiene todo lo creado.
Nuestras existencias han mutado cuando hemos reparado que no existía lo “ceguera”, ni la “suerte” en la Creación infinita, que todo tiene su razón de ser; han girado hacia lo Alto, desde el momento que nos hemos sentido bendecidos por una Vida que no tiene fin, que adopta sus diferentes formas, en aras de nuestro crecimiento también sin medida.
Si existiera lo «ciego», si el humano estuviera sujeto a los golpes de «la suerte», el universo sería un caos. Si existiera la muerte la sierra no sería ahora un mar inmenso de brotes verdes, de hojas de haya que en breve reverdecerán y llenarán el bosque de nueva vida.