La papeleta es sólo una de las infinitas formas de votar. Votamos, no cada cuatro años, sino a cada instante con la amabilidad que no cede, con la compasión que no se desgasta, con el cansancio y la queja que no nos vencen. Votamos cuando damos el paso en la puerta, la razón en la discusión, cuando sonreímos en la calle, cuando sembramos esperanza y regamos huerto sin química, cuando adquirimos ecológico y no necesariamente barato…
Votamos cada día con la cesta de la compra, con el lugar donde descansa el ahorro, donde se funde la nómina, pero también con la carrocería y los caballos del coche, con cada pedaleo bajo la lluvia, con la forma de desplazarnos al trabajo, con el saludo que brindamos a los compañeros al abrir la primera puerta del día. Votamos con el cuidado por supuesto de nuestros más cercanos, con la caricia que sobrevive, con la ternura que se traga los años y no sucumbe a la monotonía, con la fortaleza a la que nos invita toda adversidad, con la alegría que debemos a quienes nos rodean. Votamos cuando comprendemos, empatizamos, sumamos, unimos, abrazamos…
Votamos cuando tratamos de ser y no necesariamente tener, cuando optamos por una vida sencilla y por lo tanto austera, de forma que quepamos todos y todas en este bendito planeta. Estamos continuamente optando y votando en un mundo en que debieran empezar a desaparecer los colores fundamentados en las ideologías y aflorar las fuerzas y movimientos en torno a valores y objetivos compartidos. Ya votamos si al atardecer recogemos las astillas del bosque para prender el fuego del hogar, si el sol alimenta nuestra vida y pequeñas máquinas. La vida ghandiana que prescinde de todo lujo ya constituye de por sí un potente voto con muchas derivadas. Creemos en el retorno a la Madre Tierra, en la comunión humana. Creemos en el respeto y atención sagrada que debemos a los reinos animal, vegetal y mineral. El otro mundo posible a veces va en el sobre salmón y blanco, a veces en una carta de amor a la creación y a la entera humanidad, a veces en un teclear sensible, un sellar la paz en nuestras Ucranias más cercanas con las personas con las que confrontamos.
Las ideologías que nacieron en el lejano XIX debieran ceder en el empeño de modelar nuestro mundo. Cumplieron su misión. Una clase obrera explotada tenía que organizarse para conquistar dignidad. Las fuerzas más conservadoras se aliaron a su vez para intentar que nada cambiara, pero seguimos utilizando unas formaciones de otro marco y circunstancias, de otro tiempo para intentar ganar el mañana. La ideología y el sistema de partidos fragmentan y crispan hasta el punto que ya no le tenemos ganas al hemiciclo tras los leones, que la bronca parlamentaria nos supera y ya dudamos encender el noticiario. ¿Era tanto cuestión de rojo, azul, morado, amarillo, naranja… o era de cómo nos unimos de una vez por todas para salvar el futuro? ¿Era Sánchez, Feijó, Belarra, Díaz, Abascal… o era cuestión de sumar muchos más apellidos para detener el cambio climático, la guerra, las dictaduras y opresiones de todo orden, la conculcación de los derechos humanos… y asegurar la igualdad de oportunidades, la libertad, la democracia, la sostenibilidad, sobre todo la vida en el planeta para las próximas generaciones?
Mi urna está a 700 kilómetros. No sé si la alcanzaré el próximo domingo. Muchos gases, exceso de CO2 para un solo voto… En realidad, ya hemos votado. Con las manos manchadas de mortero, sobre una larga escalera, cuadrando piedras derrumbadas, retornándolas a vetustos muros…, ya manifestamos nuestra opción. Reconstruir ruinas con fe y argamasa amable de cal, arena y agua, era otra forma de expresarnos. No aliento ni mucho menos la abstención. No estamos de vuelta de nada, menos aún de la necesidad de compromiso. Lamento la distancia ahora hasta mi escuelita electoral. Creo que hay que apostar por las opciones que, si quiera tímidamente, apuntan hacia los valores supremos de solidaridad humana y de amor a la Tierra nuestra Madre, formaciones que hayan superado el caduco paradigma de la confrontación humana. No soy por lo tanto antisistema, las ínfulas libertarias de la juventud fueron cediendo. Tengo mi edad y creo en este orden político y social. Ni mucho menos es el mejor, pero es el que tenemos, el que se ajusta a nuestra conciencia hasta el momento desplegada. Evolucionaremos y nos dotaremos de otro orden más elevado, pero mientras tanto no podemos destruir el presente. Sobrevendría el caos.
No correré hasta mi urna navarra, pero no paso, no pasamos. Pronto llegarán mis compañeros con la herramienta y ganas de tragarse el mundo, al día siguiente el camión con la arena. No puedo escaparme a cumplir con el deber ciudadano. Hacen falta por lo menos tres en el andamio. Nos sentimos más comprometidos que nunca; más manchados, sudorosos, agotados, entusiasmados… al cabo de cada jornada en la que intentamos poner las bases de aquel sueño.