Esta mañana subimos al alto pico cónico arriba del pueblo, junto con nuestro amado Maestro. La nieve estaba suave y blanda; era la primera nieve del invierno. Cuando llegamos a la cima, el Sol estaba apenas asomando por detrás de la cordillera. Calentaba y suavizaba el aire que aún estaba frio de la noche anterior. En la montaña reinaba una calma luminosa. Era uno de esos momentos en que la unidad y harmonía de los maravillosos misterios de la vida se hacen evidentes. Cuando la Gran Vida toca las almas humanas, reconcilia y borra todas las diferencias. El brillo del Única Vida envuelve y permea todo. Después que esparcimos todo lo que traíamos sobre la nieve, nos sentamos alrededor de nuestro amado Maestro. El Sol invernal brillaba tibiamente. Nos acariciaba como la suave mano de una madre.
El Maestro dijo: La gente me pregunta si he ido al Más Allá. Yo no visito el Más Allá; yo vivo en él. Ellos preguntan, «¿Has ido a ver a Dios?», yo no he ido a ver a Dios; yo habito en Dios, y estudio a Dios en todas las cosas: en las piedras, las plantas, los animales, el agua, el aire, y la luz. Dios está presente en todo lo que vive. En lo más pequeño tanto como en lo más grande, yo puedo ver a Dios. Yo soy feliz y me regocijo cuando puedo escuchar la pequeñita y suave Voz de Dios.
Ustedes esperan ver a Dios cuando mueran. Si ustedes viven una vida terrenal, cuando mueran, permanecerán en la Tierra. Algunas personas dicen que quieren ver a Dios. ¿Acaso no están ustedes viendo la manifestación de la Luz de Dios? Es la manifestación de los Ángeles, de Dios. De ahora en más, esfuércense continuamente en sentir la Presencia de Dios en todo momento y en todas las cosas. Cuando lleguen a la cima de una montaña por la mañana, vean a Dios allí.
Beinsa Douno.