Si dais dinero a alguien que no controla sus pensamientos, sus sentimientos, sus deseos, lo primero que hará será usarlo y abusar de él hasta arruinarse. Con este dinero va a destruir a todos sus enemigos, conseguir todas las mujeres, etc. La cuestión no está en el dinero, éste sólo os da la posibilidad de satisfacer los deseos de vuestro corazón; el dinero no es el culpable de todo. Tomad cualquier cosa, el petróleo, el carbón, el gas… Podéis disponer de ellos para destruir o para construir. Y si los utilizáis mal, no son esos objetos los culpables, sino vosotros que no tenéis nada bueno en el corazón. La conclusión que podéis sacar es que primeramente debéis transformaros a vosotros mismos para llegar a serviros del dinero y de todo lo demás, sólo para vuestra elevación y para el bien de la humanidad. El día en que lo logréis, no caeréis, aunque seáis millonarios: sólo os interesaréis en realizar aquellas obras sublimes que vuestra alma soñó llevar a cabo desde siempre.
Dejad que el dinero desempeñe el papel que le corresponde, y vosotros ocupaos únicamente de mejorar. Cuántas veces he oído a la gente lamentarse: « ¡Ah!, el dinero es la causa de todas las desgracias.» ¡Hablan así cuando no lo tienen! Pero cuando lo tienen, todo es distinto. Así pues, ante todo, son estúpidos puesto que no ven la verdadera causa de las desgracias. Y en segundo lugar son deshonestos. ¡Dos defectos terribles! Lo correcto es decir: « ¡Ah! el dinero es muy necesario, maravilloso, ¡pero con la condición de que no me arrodille nunca ante él!» Porque si os concentráis demasiado en el dinero, sacrificáis todo lo que hay de hermoso en vosotros. E incluso cuando lo tengáis, habréis destruido ya las mejores cualidades que os habrían permitido sentir las alegrías y los placeres que la riqueza puede procurar. Después no los sentiréis más. En eso reside el peligro: tendréis todo lo que habéis querido, pero os sentiréis desgraciados porque habréis destruido en vosotros las mejores sensaciones, algo que hacía que todo lo que gustabais tuviese los más exquisitos, los más sutiles sabores.
Omraam Mikhaël Aïvanhov.