Nuestro amor a Dios, del que procede la conexión viva entre Él y el hombre, es una experiencia interior mística que se manifiesta en diversas formas y grados. El poder mágico de esta experiencia se esconde en aquel momento en que el hombre dirige su mente, su corazón, su alma y su espíritu hacia el Comienzo eterno, sin ninguna vacilación y sin ninguna duda. Cuando llega este momento, el hombre puede realizar cualquier cosa. Sólo entonces puede comprender el sentido de la vida, porque sólo Dios puede revelarle ese sentido.
Entonces el hombre comprenderá que ha nacido para amar a Dios, para imprimir en su vida ese amor, y no para ser un siervo de las concepciones humanas.
El alma del hombre le susurra esto suavemente. Porque -no debes olvidarlo- el único amado del alma humana es Dios.
Por eso, sólo llamo “hombre” al que ha llegado a amar a Dios. El momento en que se autodetermina y ama a Dios, lo designa como hombre. Tal hombre llama la atención de todos los hombres buenos y dicen: “Hoy ha ocurrido algo divino”.
El momento más grande de la vida de un hombre es cuando llega a amar a Dios. Eso significa que él está floreciendo y el aroma fragante será llevado lejos y a lo ancho. Significa también que se desborda continuamente como una fuente que sabe dar. En este estado todos los deseos razonables del hombre pueden ser satisfechos.
Entonces el hombre se vuelve verdaderamente libre. Alcanza la libertad que trae la Verdad. Y por Verdad entendemos el vínculo que Dios estableció entre Él y nosotros.
No hay otra libertad. La gente de hoy en día, que ha perdido casi por completo su vínculo con Dios, se imagina que puede hacer lo que quiera: cree que incluso tiene derecho a criticar a Dios.
En efecto, ningún otro ser ha soportado mayor profanación que Dios. Pero Él, por así decirlo, ni siquiera ha fruncido el ceño. Parece tranquilo y pacífico en el resplandor de Su benevolencia que nunca cambia.
Sólo quien vive en ese mundo inmutable y real donde vive Dios, quien sirve a Dios y comprende Su voluntad y Sus leyes, sólo él es libre y sólo él tiene “libre albedrío”.
Recuerda esto: El único ser que nos ama es Dios. Él es uno y el mismo, cuando nos alegramos y cuando nos entristecemos. En la tristeza y en la alegría, es Dios quien nos habla.
Recuerda también: para preguntar qué es Dios, debes haber estudiado no una, sino muchas eternidades.
Y sólo después de haber adquirido todo el conocimiento del cielo y de la tierra, tendrás derecho a hacer esa pregunta. ¿Y sabes qué respuesta recibirás? Clara y simplemente: “Dios es Amor, que debes experimentar en ti mismo”. Pero antes de eso, mientras buscas a tientas pruebas de la gran realidad, recuerda estas sencillas verdades: Si te preguntas dónde está Dios, debes saber esto: dondequiera que haya vida, dondequiera que haya pensamiento, dondequiera que haya sentimiento, allí está Dios.
Beinsa Douno.