Los veteranos soldados ucranianos no tienen quien les releve en ese frente que ya apenas se mueve, ni quizás moverá. Desde el 2022 siguen comprando en primera línea de combate boletos para una muerte que puede devenir absurda en el futuro. Mientras tanto muchos jóvenes de Kiev no se avezan por el centro de la capital. Quienes ligan por “Tinder” se citan en la periferia. Temen ser introducidos en las impopulares furgonetas de reclutamiento. Se resisten a ser carne de cañón de una guerra que entienden imposible. Saben que Putin no escatimará esfuerzos para salir airoso de ese sangrante conflicto; observan que goza de sobrado arsenal y soldadesca y por lo tanto recorrido bélico. Zelenski por su parte cambia de generales para que le sigan por sus derroteros sin salida. El heroísmo de un día, al no tomar el cómodo y huidizo avión, puede tornar peligrosa obcecación dos años más tarde.
Desde las confortables moquetas de Bruselas es fácil acercar a los micrófonos un discurso belicista, lanzar andanadas en contra de Putin, ¿pero después quién pondrá los cuerpos para una batalla sin fin? Nacerán nuevos Navalnis de parejo arrojo y coraje. El nacional-imperialismo ruso se irá con el tiempo quedando sin su cascada y caduca voz. No cabe duda de que la apuesta por la libertad, la democracia y los derechos humanos es a largo plazo. ¿Cuántos ciudadanos no acercarían sus flores estos días al retrato público de ese valiente mártir de la nueva Rusia?
A veces es preferible no reparar en exceso arriba y seguir trabajando abajo, persuadir en lo sencillo y concreto, intentando implementar en nuestro entorno gestos de buena voluntad, correctas relaciones inspiradas en la cooperación y el amigable compartir. Es muy probable que Trump se convierta a finales de este año en el nuevo inquilino de la Casa Blanca. ¿Se habrá completado así el mapa planetario del desencanto? ¿Se habrán cumplido de esa forma las más pesimistas profecías? ¿Cuando Trump lance de nuevo su discurso presidencial ufano, desconsiderado y megalómano, estará todo perdido? ¿Habremos de mutar de planeta? De ninguna de las formas… Será el momento de considerar que la política grande es sólo una vía más de transformación de la realidad, que hay otras formas sencillas, discretas al tiempo que graduales y efectivas. El otro mundo posible avanza callada y silenciosamente, por más que los resortes de los poderes mundiales, con EEUU, Rusia y China a la cabeza, vayan a quedar en manos de fuerzas oscuras, de los agentes de la insolidaridad, el desprecio a los derechos humanos, el desdén por la Madre Tierra, a menudo incluso de la violencia arbitraria, la mentira y el engaño.
Israel pincha a lo postre en el mismo error. Más bombardea de forma inmisericorde más entierra su futuro bajo los escombros. Los escombros nunca son ajenos, siempre son también propios. Cree que puede volver a ser segura y próspera a costa de tanto sufrimiento palestino. La historia una y otra vez le demuestra esa flagrante equivocación. Para que las nuevas generaciones de Israel vivan felices y en paz, sus vecinos árabes también deberán disfrutar de justicia y prosperidad. Sin embargo, ¿hasta cuándo se perpetuará el desatino?
Ya en el invierno más crudo, ya en el nuestro más suave, caducó la hora de luchar entre humanos, de partir a frentes de cualquier índole. Nuestra sencilla existencia puede devenir un ensayo de lo nuevo; puede sumar al apuntalamiento sobre otras bases, sobre valores firmes, de un futuro más prometedor. Los jóvenes ucranianos no hacen más por el futuro de su nación partiendo a matar y morir por unos eventuales metros cuadrados de tierra, que aplicándose en el renacer de su nación. ¿No será preferible dar de momento por perdido un dieciséis por ciento del territorio nacional, que quedarse sin la fuerza, las manos y los corazones que han de levantar la nueva patria?
En realidad, estamos todos levantando nuestras patrias, erigiendo la patria pendiente por nombre humanidad. Los tractores que bloquean estos días las grandes autopistas, que nos dejan por muchas horas bloqueados en nuestros coches, nos prestan en realidad el tiempo imprescindible para repensarnos, para considerar seriamente que este paradigma de sociedad consumista, individualista y materialista no tiene recorrido. Un modelo en el que cada quien sólo puja por sus intereses, en que las naciones aspiran a ser grandes a costa de las otras, tiene sus días contados. En su manifestación más radical ese modelo torna además belicista. Tras ese escenario de violencia, estruendo y feroz competencia, se multiplican las almas que anhelan en verdad hacer grande al conjunto de las naciones sin excepción.
Las potentes máquinas agrícolas sobre los asfaltos urbanos nos avisan que hay que reinventar civilización, renacer con la Tierra y la entera condición humana. En lo pequeño, en lo hermoso, en lo amable, en lo solidario es más fácil encontrarnos que en los frentes siempre sedientos de sangre y de odio. La valentía no era sólo para guiar mortales drones, para tirarse con una pesada ametralladora en la espesa nieve. ¿Quién dijo que estaba todo perdido…? En la cotidianidad firmemente comprometida podemos hallar igualmente otra suerte de no menos elevado heroísmo. Vamos a ofrecer ya no nuestros pechos agujereados, sino nuestros corazones, también henchidos de ánimo, por un mañana más sostenible y luminoso. Ya no aprestarnos a la alambrada insoslayable, a la trinchera sin sentido, sino a la génesis en el hogar, en el trabajo, en el barrio, en el campo… de una nueva realidad más armoniosa y fraterna.