“Llámame por mis verdaderos nombres”

Los designios de los Grandes Seres son inescrutables. ¿Y si él mismo hubiera vaciado su rostro en supremo ejercicio de desapego? ¿Será su imagen inerte, reducida a los huesos, su postrero poema? ¿Letra de frágil carne, poesía desnuda y sin pincel que quiere llegar más hondo a nuestros corazones…?

Postrado en su silla, ese hombre mudo nos ha obligado a revisar todos nuestros anales. Si ese monje no hubiera escrito este poema, nada hubiera interrumpido nuestro sueño, nuestros bolsillos seguirían cargados de plomo y nuestro corazón de ira. Si ese poema no hubiera alcanzado el alma, hubiéramos podido seguir repartiendo culpas a diestro y siniestro hasta hartarnos. Hubiéramos retornado a la Tierra y nos hubiéramos vuelto a afiliar a un bando y a repetir el equívoco.
Él tuvo la osadía de rompernos por dentro, de descartar nuestros esquemas, de llamarnos “por nuestro verdadero nombre” y anunciarnos que por fin “estábamos llegando”. Él tuvo la valentía de acabar con el hechizo y espetarnos que éramos los contrarios a un mismo tiempo, que por eso debíamos mantener abiertas las puertas del corazón, es decir de la compasión.

Ese poema nos obligó a volver a reescribirnos a nosotros mismos y por lo tanto nuestra historia de principio a final. Estamos en ello, estamos buscándonos, tratando de dar con nuestro verdadero nombre. Estamos rompiendo los carnets, desertando de las coloridas filiaciones, enterrando a los figurantes que se arrogaron nuestros nombres, cantándoles bellas despedidas.

Ahora podemos esbozar una historia más certera y desapasionada. Recapitularemos con una mirada más generosa, menos atada. Hemos dejado a muchas madres sollozando en los umbrales, a muchos niños balbuceando el nombre de un padre que no retornaría. Fue el pequeño y enjuto monje vietnamita quien nos dio la clave… (Continúa)

“Llámame por mis verdaderos nombres”
No digas que partiré mañana
porque todavía estoy llegando.
Mira profundamente: llego a cada instante
para ser el brote de una rama de primavera,
para ser un pequeño pájaro de alas aún frágiles
que aprende a cantar en su nuevo nido,
para ser oruga en el corazón de una flor,
para ser una piedra preciosa escondida en una roca.
Todavía estoy llegando para reír y llorar,
para temer y esperar,
pues el ritmo de mi corazón es el nacimiento y la muerte
de todo lo que vive.
Soy el efímero insecto en metamorfosis
sobre la superficie del rio,
y soy el pájaro que cuando llega la primavera
llega a tiempo para devorar este insecto.
Soy una rana que nada feliz
en el agua clara de un estanque,
y soy la culebra que se acerca
sigilosa para alimentarse de la rana.
Soy el niño de Uganda, todo piel y huesos,
con piernas delgadas como cañas de bambú,
y soy el comerciante de armas
que vende armas mortales a Uganda.
Soy la niña de 12 años
refugiada en un pequeño bote,
que se arroja al mar
tras haber sido violada por un pirata,
y soy el pirata
cuyo corazón es incapaz de amar.
Soy el miembro del Politburó
con todo el poder en mis manos,
y soy el hombre que ha de pagar su deuda de sangre
a mi pueblo, muriendo lentamente
en un campo de concentración.
Mi alegría es como la primavera, tan cálida
que abre las flores de toda la Tierra.
mi dolor es como un rio de lágrimas,
tan desbordante que llena todos los Océanos.
Llámame por mis verdaderos nombres
para poder oír al mismo tiempo mis llantos y mis risas,
para poder ver que mi dolor y mi alegría son la misma cosa.
Por favor, llámame por mis verdaderos nombres
para que pueda despertar
y quede abierta la puerta de mi corazón,
la puerta de la compasión.
Thich Nhat Hahn
Monje budista, escritor, poeta y activista por la paz.
Arteixo 5 de Octubre de 2020
* Escribiendo estas letras a la mañana, me llega la noticia de que Thich Nhat Hahn ha dejado de comer.

Thích Nhất Hạnh, así como las Grandes Almas, tuvieron la osadía de unir los enfrentados en nuestros corazones. Hemos salido a postrarnos ante la sagrada llama de los soldados desconocidos a uno y otro lado de la alambrada. Ya no tenemos nación, nos cuadramos ante esa enorme nación por nombre humanidad. En su corazón tratamos de reencontrarnos a nosotros, también de hallar nuestros nombres.

¿Cuántas cornetas no nos alejaron de nuestros hogares? Parafraseando a Thay vestimos uniformes de tantos algodones. Estamos volviendo por fin hermanados los soldados de unos y otros bandos. Hemos besado todas las banderas y comido todos los barros. ¿Cuántas veces las balas silbaron sobre nuestras cabezas, cuántas nos derribaron? Hoy corremos detrás de unas y otras enseñas, inclusos de aquellas que no entendimos. La ignorancia siempre se cobró su cuota excesiva de sangre.

Nada fue en balde. Ningún sufrimiento fue gratuito, ninguna bala se estrelló en el duro cemento del absurdo. Hoy remontamos el collado, nos vaciamos del odio que nos hundió en el profundo agujero de tantos frentes. Retornamos al fuego del hogar con la soldadesca de otros generales. Antes no fue posible. Nunca antes habíamos podido tomar tanta distancia del fragor de la guerra; dejar el morral y el fusil en el suelo y mirar largo para atrás. Ahora comenzamos a desapegarnos, a tomar conciencia de que fuimos alternando los bandos. Sanamos las heridas con las que matamos y nos mataron.

El teatro de nuestras vidas se habría visto desbordado tantas veces de amor como de odio. Entre la heroica valentía se coló de seguro algún episodio de vil cobardía. Ahora sabemos que todo fue una excusa para medirnos. ¿Quién escribirá la nueva historia sin vencedores, ni vencidos? ¿Quién pondrá flores en todas las tumbas, encenderá velas en unos y otros cementerios? ¿Quién rezará por todas las almas que cayeron gritando sin ser oídos? Hay que volver a relatar las crónicas que ya habíamos cerrado.
Somos con quienes empujaron la historia, con quienes la quisieron elevar hacia superiores cotas de justicia y fraternidad, pero somos invitados igualmente a comprender a quienes la frenaron, a quienes quisieron que jamás avanzara, ni amaneciera.

* Imagen del Foro Espiritual de Estella (www.foroespiritual.org)

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