¿Te ofendes?

Si ves a alguien que se ofende, sabrás que se está manifestando como personalidad. Si el hombre es consciente, debe subir más alto que la personalidad y así no se ofenderá. Él se ofende cuando no se respeta a su personalidad, o cuando no son respetados algunos de sus derechos. Mientras un hombre ponga su personalidad sobre la personalidad de otro, el respeto no va a existir.

Incluso hoy la gente no reconoce el elemento personal de los animales y, como consecuencia de esto, no se les presta la atención debida y se los trata como seres sin personalidad. Pero los animales tienen su elemento personal, sólo que la personalidad humana ocupa un grado mayor, algo así como si el hombre fuera el rey de las personalidades.

Muchos atribuyen un origen divino a la personalidad. Si en verdad el Divino Principio estuviera en la personalidad humana, no existiría desarmonía alguna en el mundo. Mientras en la vida humana existan tantas manifestaciones negativas, tendremos la confirmación de que lo Divino no ha penetrado todavía en la personalidad. El hombre aún no conoce su personalidad. Una vez que ésta sea conocida, recién entonces ocupará su verdadero lugar y se liberará de tantas contradicciones y sufrimientos en la vida. La personalidad representa la vida del cuerpo, y lo Divino la vida espiritual. Cuando el espíritu alcance el primer lugar en el hombre, entonces la carne ocupará el último. Contrariamente, si la carne ocupa el primer lugar, el espíritu se retrae. ¿Por qué es así? Porque sus necesidades son diferentes. El espíritu no puede sostener su vida con los alimentos necesarios para la carne. Si la carne vive con el espíritu y no muere, esto indica que ella vive independientemente del espíritu. Ésta es la causa por la cual vemos dos vidas distintas en un mismo hombre. Justamente, estas dos vidas crean sus luchas y contradicciones. Cuando el hombre someta su carne a la vida del espíritu, o cuando la personalidad se someta al Divino Principio en el hombre, éste podrá solucionar sus propios conflictos.

Como discípulo, tú debes observar y analizar las manifestaciones de la vida humana. Por ejemplo, tú ves que un hombre se irrita. Te acercas y tratas de convencerlo de que no debe irritarse. Ésta es falta de comprensión sobre las manifestaciones de la vida humana. ¡Deja en libertad a este hombre! Mientras él viva en su personalidad, no será posible que deje de irritarse. Si no se irritara, moriría como personalidad. El hombre que vive sujeto a su personalidad, sólo vive de las fluctuaciones propias de su estado entre los opuestos.

Mientras que el hombre personal piense que es libre, totalmente independiente, y que puede hacer lo que quiera, este hombre no vive. El hombre vive mientras piense, sienta y actúe correctamente. La personalidad debe convencerse de que no vive para sí misma, pues ella está vinculada con la conciencia, así como la conciencia está vinculada con la Conciencia Superior. Entonces, entre la subconsciencia, la consciencia, la auto conciencia y la superconsciencia, existe un vínculo. La autoconciencia es la vida de la personalidad y la superconsciencia es la vida del alma.

Si el hombre ama a su alma, prolonga su vida. Si no la ama, la acorta. Cuanto más el alma expresa su vida, mejor vive el hombre. Si uno quiere curarse de una enfermedad, nada mejor que acudir a los remedios que otorga el alma. Ella cura por vía interna. Pero no es posible curarse si el hombre no ama a su alma. Quien ama más a su personalidad que a su alma, se condena a muerte a sí mismo. ¿Por qué es así? Porque las condiciones de la personalidad obedecen al miedo, a las dudas, a los recelos, etc. El hombre no ha venido a la Tierra para torturarse y sufrir, sino para desarrollar en sí mismo el amor a Dios. Este amor iluminará su mente, ennoblecerá su corazón, ampliará su alma y fortalecerá su espíritu. Sólo este amor divino podrá efectuar un cambio radical en él.

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