A menudo me preguntan sobre el problema de la repartición de las riquezas. Es una cuestión que preocupa a mucha gente, porque en la desigualdad de esta repartición, ven la mayor de las injusticias.
En realidad, el problema se planteó desde el principio de la historia humana. El que era más hábil o más fuerte, por ejemplo, el mejor cazador, cazaba más y así acumulaba más riquezas que los demás. Esta desigualdad de bienes que se considera injusta, en su origen era completamente justa. Por lo demás, la naturaleza no quiere la igualdad, la uniformidad.
Desde la Revolución de 1789, la República francesa tiene por divisa: «Libertad, Igualdad, Fraternidad», pero en realidad la igualdad no existe en el universo, por todas partes reina la desigualdad. En la tierra no hay igualdad, en ningún plano. « ¡Pero nosotros hemos hecho de la igualdad una ley!» Sí, pero la ley no es más que una cosa teórica, abstracta, un texto colgado en una pared, no es un hecho. En la realidad, la igualdad no existe en ninguna parte: la naturaleza ha querido la diversidad y esa diversidad engendra la desigualdad. Debido a que entre los hombres las capacidades son distintas, algunos han conseguido más que otros. ¿Es eso normal? Completamente normal. ¿Debemos ponemos furiosos por ello? De ninguna manera. Pero la gente no reflexiona hasta tal punto; gritan, se rebelan, porque se dejan arrastrar por los demás. Pero aquí lo que importa es comprender, estudiar, esclarecer. Si luego hay razones para gritar, pelearse, bueno, puede hacerse, pero primeramente todo debe estar claro.
Aquello que la gente posee, es de justicia. Los ricos merecen su riqueza y los pobres su pobreza. Si eso no resulta evidente para la mayoría se debe a que se ha rechazado la creencia en la reencarnación, que explica y justifica cada situación, cada etapa. ¿Por qué algunos son ricos en esta encarnación? Porque de una u otra forma trabajaron en sus encarnaciones precedentes para tener estas riquezas. Está dicho en la Ciencia iniciática que todo lo que pidáis, un día lo obtendréis. Tanto si es bueno como si es malo, lo obtendréis: el Señor da a todos lo que Le piden. Pero luego, si se rompen la cabeza, El no tiene la culpa. Si pedís pesadas cargas y luego os sentís aplastados por su peso, ¿acaso es culpa del Señor? A vosotros os correspondía conocer las consecuencias últimas de lo que pedíais. Nunca reflexionáis suficientemente sobre lo que puede ocurrir: una vez realizados vuestros deseos, ¿no os sentiréis más desdichados, pobres o enfermos? A menudo habría sido preferible que esos deseos no hubiesen sido satisfechos. Por eso el discípulo debe comenzar por aprender que hay cosas que se pueden pedir y otras que no hay que pedir.
Omraam Mikhaël Aïvanhov.