Cuando vayáis por la mañana a la salida del sol, concentraos en el Reino de Dios, desead el Reino de Dios, sólo eso, porque el Reino de Dios es un estado de perfección, de plenitud… todo está contenido en él: la salud, la riqueza, la belleza, el orden, la libertad, la paz, el equilibrio, la armonía, la felicidad… mejor que enumerar todo eso, es más «económico» decir del Reino de Dios que es una síntesis de todas las bendiciones. Alguien dirá: « ¡Ah, si tuviese el poder! »… ¡Si fuese rico!… ¡Si fuese hermoso!» Pero eso sólo son aspectos particulares, atributos del Reino de Dios.
Por otra parte hay que estar atento, porque cuando se empieza a desear algo en particular, se instala el desequilibrio en nosotros. El Reino de Dios es ante todo un estado de equilibrio y de armonía, y en el momento en que se empieza a insistir en una cosa en detrimento de otra, ya se introduce el germen del desequilibrio. Todo lo que nuestra alma, nuestro espíritu, nuestro corazón, nuestro intelecto, nuestro cuerpo físico necesitan, está comprendido en la realización del Reino de Dios.
Jesús decía: «Pedid el Reino de Dios y su Justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura.» Sí, porque en el momento que trabajáis por una idea divina, ésta ya actúa sobre vosotros y os aporta todo lo que posee. Si únicamente tenéis una idea, una, a pesar de todas vuestras imperfecciones, vuestras debilidades y vuestra ignorancia, esta idea que existe en el mundo de la luz, de lo alto, os pone en comunicación con nuevos amigos, os hace conocer nuevas criaturas, otras regiones; y es así como poco tiempo después, esta única idea os aporta todo el Cielo. La sola idea del Reino de Dios… es capaz de uniros a las demás ideas que vibran en armonía con ella, con lo cual conseguís lo demás. Ese es el sentido de las palabras de Jesús: «Pedid el Reino de Dios y su Justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura.» Entre el principio y el final de esta frase hay todo un espacio por explorar.