Habrá Putin para rato y habrá que aceptarlo. Putin no es un demócrata, es un autócrata poco respetuoso con los derechos humanos, pero a Rusia le ha inflado músculo y devuelto orgullo patrio. Putin persigue a la disidencia, en algunos casos parece ser que también la elimina; somete a las etnias, aporrea a los homosexuales, gobierna con mano de hierro…, pero para la mayoría de los rusos este político duro es el mejor gobernante. Con él la ex-potencia vuelve a sacar pecho en la escena internacional.
Tras el “tibio” Gorbachov y el Yeltsin que se tambaleaba ebrio en los escenarios, hace ya muchos años que este “Rambo” a la rusa colma las aspiraciones de muchos de sus súbditos. Los pueblos eligen personajes de película que responden a sus emociones o servidores consagrados que atienen a altos ideales. Como es arriba es abajo. Cada pueblo tiene los gobernantes que merece. La Ley puede parecer severa, pero sobre todo es esclarecedora.
Será preciso por lo tanto sembrar y labrar pacientemente abajo, de forma que un día la ciudadanía aúpe a gobernantes respetuosos con la disidencia y la diferencia. El progreso de la conciencia es una apuesta a largo plazo que no conoce atajos.
Tendrá que nevar mucho, pero vendrán nuevas generaciones decididas a respirar en plena libertad. Reclamarán mandatarios justos y verdaderamente democráticos que no aporreen a quienes piensan y sienten diferente. Es un pulso a largo plazo, duro para quienes tiritan en la helada estepa que puede ser allí el día a día. Les abrazamos en su temblor en medio de ese panorama frío. Desde aquí todo nuestro fraterno aliento.