El Maestro le daba atenci6n especial a la música. Sus canciones acompañaban todas nuestras actividades. Nosotros siempre estábamos cantando. El día comenzaba con música y concluía con música. Cada presentación del Maestro comenzaba y terminaba con cantos. Para el Maestro, la música era tan necesaria como el aire. Todos cantábamos juntos, al unísono o en coro. En algunas ocasiones especiales, algunos solistas interpretaban las canciones del Maestro.
El Maestro estudiaba música constantemente. Él estudiaba los efectos y el poder de expresión de los tonos, las escalas, las modulaciones y los ritmos. Él nos indicaba su significado en relación con la Vida Sublime. Él podía interpretar la Vida Sublime para nosotros a través de la música.
Nosotros nos alegrábamos cuando el traía su violín a la clase, y nos preguntábamos que tocaría para nosotros ese día. El abría la caja y sacaba su hermosos y reluciente instrumento, envuelto en suave terciopelo. Él lo limpiaba cuidadosamente con su pañuelo y luego sacaba el arco. Cada movimiento del Maestro era bello, refinado y repleto de atención. Cuando el Maestro tocaba, lo hacía suavemente, y sin efectos técnicos, pero demostrando aun así una perfecta técnica, simpleza, pureza y expresión. Su música evocaba profundos sentimientos y despertaba imágenes. Comúnmente el improvisaba extensas melodías y variaciones que fluían libremente, naturalmente como un manantial. Desafortunadamente, este tesoro musical no fue grabado.
En nuestra presencia, el Maestro creaba una canción a partir de un texto, o comenzaba con un pequeño motivo, de uno o dos compases solamente. Y luego, de modo simple, una melodía había sido creada y una canción había nacido. En otras oportunidades, siguiendo el estado emocional de un discípulo, el creaba una melodía corta en respuesta, la que contenía el asombroso poder de cambiar ese estado de ánimo.
El Maestro generalmente nos dio canciones completas, perfectas melodías a las que no se les podía agregar ni quitar nada. El presentaba las nuevas melodías en clase o en frente de un grupo de discípulos, de los cuales el resto lo aprendería más tarde. El Maestro se relacionaba con cada nueva canción con mucho amor, como si fuera un querido amigo que había esperado por mucho tiempo. Ese amor era transferido a los discípulos también. Así es la Ley.
El Maestro cantaba con inspiración. Su voz era profunda, tenía inspiración y riqueza con incontables posibilidades. Él podía comunicar todas las facetas del sentimiento y el pensamiento. De pie, con los ojos cerrados, el Maestro acompañaba sus canciones con hermosos y expresivos gestos. Él era un artista fascinante.
El Maestro animaba a sus discípulos a cantar y tocar instrumentos. Muy pocos no lo hacían. El Maestro estaba rodeado de músicos. Él trabajaba constantemente con ellos. En sus últimos anos, el fijó los horarios de algunos de ellos. Él les transfirió a ellos sus últimas canciones, aquellas que él había mantenido dentro de sí mismo por mucho tiempo, las canciones sagradas. El las cantó o tocó en su violín, mostrándole a los músicos como interpretarlas, hasta que lograron aprenderlas suficientemente bien como para escribirlas y luego pasarlas al resto de los discípulos. Al mismo tiempo el dio muchos conciertos en los que interpretó numerosas canciones ricas en melodía y modulación. Estos eran ejemplos de la nueva música. En algunas conversaciones él explicó las Leyes en que se basaban. La música era un tema favorito de nuestras conversaciones con el Maestro.
El Maestro nos dijo:
Beinsa Douno.
continuará